Hacía tanto que no me reía tanto con un libro: El papel de mi familia en la revolución mundial -editado por la estupenda Editorial Minúscula– es la historia de una excéntrica familia de Belgrado durante la invasión alemana y el posterior régimen comunista, una crítica inteligente que provoca más de una sonrisa al ser realizada desde los ojos de un niño:
Mamá siempre pensaba en casos de injusticia y enfermedades que hacían estragos por todas partes, pero al final encontraba algo que nos alegraba a todos. Papá decía a menudo: «Mamá es una santa», pero de una manera un tanto burlona. Mis tías me dieron para leer la historia de una madre que recoge ramas en el bosque descalza, y llegan los lobos y se la comen.
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Papá regresó y preguntó: «¿Otra vez estás planchando aunque te duelan las muelas?». Mamá contestó: ¿Y qué voy a hacer, si tienes que llevar la maldita camisa blanca en esa tienda de ladrones?» Papá cogió la plancha ardiendo y la tiró al patio por la ventana. Luego abrió una botella de cerveza de fabricación nacional, la chapa saltó por los aires, y dijo: «Esto ya está mejor». El abuelo miraba por la ventana y comentó: «Le ha faltado un tris para matar al portero.» Papá se apoyó en dos sillas y elevó las piernas, manteniéndolas en el aire. El abuelo le preguntó: «¿Por qué no te apuntas para trabajar en una compañía de circo?» Yo grité: «¡Viva el circo Klucki!» Mi tío explicó: «Ese se hundió en el océano.»
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Las copas de la vitrina tintineaban, la lámpara se balanceaba. El abuelo ordenó: «¡Todos bajo el dintel!» Y nos quedamos en la puerta muy juntitos hasta que el terremoto pasó. El tío afirmó: «Seguro que ha sido en Turquía y ahora hay allí muertos a montones.» La casa tembló todavía varias veces, pero se debía al tranvía que pasaba.
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Mamá ordenó: «¡Que no te vea poner un pie fuera de casa!» Voja Blosa me dijo: «Anda, vente, vamos a vender cuchillas de afeitar.» Yo le respondí: «Prefiero quedarme leyendo El Gran Van o cualquier otro libro.» El abuelo me advirtió: «Vas a tener un derrame en la rodilla de tanto leer.»
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El teniente Vaculic confirmó: «Nosotros crearemos un jardín allí donde otros solo querían degollar y matar.» El tío le preguntó: «He oído que va a cambiar nuestra vida, incluso a costa de las vidas de algunos de nosotros.» El camarada Abas le rectificó: «No, solo que tendremos todo en común, los pensamientos, los sentimientos y demás cosas íntimas.»
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El secretario Simo Tepcija me espetó a la cara: «Seguro que a ti todavía te lava tu madre.» Una camarada con trenzas afirmó: «Él no es ni hombre ni mujer, pues escribe poesía.» Mi tío añadió: «He oído que en Rusia todo el mundo escribe poesía, pero a algunos de ellos después los matan.» Mamá me abrazó con fuerza y exclamó: «¡Dios nos guarde, mejor que seas cerrajero!»
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En la nueva habitación, muy bonita, nosotros continuamos cantando canciones rusas y otras, mamá preparó aguardiente caliente para todos, yo tomé dos sorbos y enseguida di una conferencia sobre los defensores de Leningrado, en ruso, aunque no sabía esa lengua.
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Nos interesábamos a menudo por la suerte que habían corrido algunos camaradas que se habían sentado en nuestra cocina y más tarde no habían vuelto a aparecer, aunque no debiéramos hacerlo. Nos asustábamos muchas veces por los grandes cambios, sucedidos de la noche a la mañana, en relación a varios estudiantes y sus destinos, y eso era incorrecto e innecesario. Mamá siempre pronunciaba su imprudentísima frase: «Pero ellos también son personas de carne y hueso», pese a que más tarde se demostró que no era cierto.
Bora Cosic: El papel de mi familia en la revolución mundial (Editorial Minúscula)