La fotografía pasa de adoptar a los géneros clásicos a darles continuidad aportando miradas sin precedentes en la historia. No sólo se llegaron a obtener registros visuales de una singularidad única, sino concepciones que se ampliaron hasta renovar a los mismos géneros, dando lugar a la aparición de otros. Así, la naturaleza muerta y el bodegón, con sus sensuales piezas tan sutilmente iluminadas, han dado paso al objeto como género, entendiendo que ya no necesita mostrar su belleza sino adentrarse en su uso como reflejo de las nuevas costumbres de una sociedad. El paisaje fotográfico, donde se reconoció la capacidad para construir y contemplar un espacio visual reconocible y a su vez imaginado cede paso a otra variante, el territorio, un lugar donde plantearse los límites que el ser humano impone con el progreso a su entorno. El retrato, que a tantas personalidades individuales mostró envueltas por la estética lumínica de sus autores, varía hacia el género del rostro o del individuo, un físico donde reconocer identidades individuales y colectivas. El autorretrato, como afirmación de un autor, donde se asumieron planteamientos visuales alejados de su estilo, cede paso al diario íntimo, donde se narran las vivencias personales desde un reconocimiento universal. El desnudo, siempre asociado a la belleza, que inclusive fue bello en sus más extremas distorsiones visuales, nos habla ahora del cuerpo que lo sostiene, un cuerpo donde exponer aspectos como la identidad, la realidad social y la condición humana.
Llorenç Raich Muñoz: Poética fotográfica (Casimiro Ediciones)