
Shaofeng Xu – Un hombre escala por una torre de electricidad de alto voltaje en Ghengdu, Sichuán, China. Quería llamar la atención por el hecho de que no había recibido compensación alguna del gobierno por la demolición de su casa (2011)
Todo entra en esta libreta y su papel de sesenta gramos. Incluso los gramos de estupidez que contiene esta profesión. La estupidez que supura del roce entre el amor propio y el dolor ajeno.
-Creo que los periodistas sólo vienen a Afganistán para cultivar su propio ego -me decía una afgana entre los palacios en ruina de Kabul.
¿Escribimos el mundo para desnudarlo o para desnudarnos? Todos los abismos se citan en este bloc de ochenta hojas y cubierta roja usada por pescaderas, taxistas, contables de la antigua escuela y reporteros antimoleskine.
-Queremos vivir. Escríbalo en su libreta. Queremos vivir. No queremos ser un pueblo de muertos… -me decía el hermano de la primera mujer suicida palestina señalando con su mirada las hojas y su espiral. He aquí el escenario: el reportero sujetando la libreta como el apuntador sostiene el drama en un teatro.
La paradoja -y con ella el dolor y la melancolía- es quizá la forma más eficaz de explicar la guerra en una crónica. En especial si -pasa siempre- sólo tenemos un par de folios para relatarla. Al fin y al cabo, toda la historia de la humanidad cabe en un pequeño envoltorio plateado y toda la historia del universo cabe en un telegrama: Big Bang.
Placid García-Planas: Jazz en el despacho de Hitler. Otra forma de ver las guerras (Península, 2010)