Textos de estética taoísta

Nunca en la ya tan larga historia cultural de Occidente se había escrito tanto sobre arte como en nuestros días, ni existieron jamás tal cantidad de artistas; paradójicamente, nunca el entorno físico diseñado por el hombre había sido tan antiestético. El arte occidental, como otros aspectos de nuestra cultura, ha caído en el mecanismo del sistema económico materialista, donde la eficacia y el funcionamiento prevalecen sobre la belleza y la calidad. El arte de hoy, controlado por el incentivo de beneficio, no puede desempeñar la función social que siempre ha tenido: hacer consciente el subconsciente, abrir las puertas de la percepción y dar forma expresiva a los grandes temas que preocupan a la sociedad en cada generación.

El arte, hoy, está falto de criterios estéticos de evaluación: todo vale y cualquiera se cree con calidad para expresarse, el confusionismo es inmenso y la banalidad ineluctable. En medio de esta desorientación me parece útil dar a conocer lo que Oriente ha teorizado sobre arte, para que los criterios estéticos del taoísmo chino, que aquí se recogen, sirvan como punto de referencia de la estética perenne, y aporten cierta claridad al confusionismo reinante, mientras se consolidan las bases estéticas del arte futuro.

La metáfora del taoísmo es el agua, que se adapta siempre: cuando está en un hueco se arremansa, cuando llega a un plano se desliza, cuando hay pendiente corre; y siempre con perfecta naturalidad y satisfacción. Cuando nieva sobre una rama de pino la rama aguanta rígida hasta que acaba por quebrars; cuando nieva sobre un sauce las ramas se inclinan dejando caer la nieve y vuelven a levantarse. […] De esta mentalidad resultan una gran eficiencia de movimientos y economía de esfuerzos.

[…]

La dialéctica hegeliana es la traducción occidental de la concepción china de la evolución por la acción de opuestos. Los chinos llaman a los dos opuestos yin y yang, que literalmente significan el lado umbrío y la solana de un monte. Estos opuestos representan las polaridades de la realidad: día y noche, masculino y femenino, mente y cuerpo, bien y mal. Pero estos opuestos para el chino, no son dualidades -cosas separadas- sino polaridades o estados extremos de una misma cosa, como las dos puntas de un bastón.  Por eso la interacción de opuestos siempre conduce a su fusión o síntesis.

[…]

Así expone un antiguo tratado los ideales del poeta:

Para hacer un buen poema, el tema debe ser interesante y tratado de modo atractivo, el genio debe reflejarse en toda la obra apoyando un estilo agraciado, brillante y sublime. El poeta debe atravesar en rápido vuelo las regiones elevadas de la filosofía sin desviarse del estrecho camino de la verdad… el buen gusto sólo perdonará digresiones cuando le acerquen a su destino y lo ilustren desde un punto de vista original.

Fracasará si habla sin tener un propósito claro o sin describir las cosas con aquel juego, aquella fuerza y energía que las presentan a la mente como la pintura a los ojos. Pensamiento original, imaginación incansable, suavidad y armonía hacen el verdadero poema.

Hay que comenzar con grandiosidad, pintar todo lo expresado, suavizar las sombras de lo que tiene menor importancia, recogerlo todo en un punto de vista y transportar allí al lector en rápido vuelo.

Entonces…

Es la hora de la poesía.

Escríbela gentilmente sobre el blanco papel,

como caen con suavidad los pétalos del árbol florecido.

[…]

La filosofía occidental nació a orillas del Mediterráneo no por casualidad sino porque el ambiente físico de cada parte del mundo conlleva una cierta manera de pensar. Se piensa con palabras, y el lenguaje, por motivos fonéticos, tiene que ver con el ritmo respiratorio corto o largo y el metabolismo vivaz o reposado del cuerpo según la altura. A nivel del mar el ritmo vital es más rápido, las palabras son cortas y las frases contienen numerosos conceptos, tendiéndose a su concatenación en argumentos; en las alturas, el ritmo es más reposado y cada palabra o concepto, queda envuelto en sí mismo; los silencios separan las palabras, mientras en el mar las unen. El mar propicia una actitud argumentativa, la montaña contemplativa. No hay eremitas contemplativos cerca del mar -los que lo están, como Lulio, suben al monte de Randa-como no hay sofistas en las montañas, sólo aquellos pastores descritos por Maragall en su «Elogio de la palabra», que orientan al excursionista inquisitivo con un lacónico «aquella canal», manteniendo el silencio de las alturas en todo el valor de la palabra sola, Nietzsche subió a Sils Maria para pensar, como Zaratustra, su ética no aristotélica; en cambio los grandes fundadores de la filosofía griega discuten en sus ágoras junto a los muelles del Mediterráneo. Imaginamos muy bien la Academia de Platón yel Liceo de Aristóteles en un luminoso espacio nítido y perfilado con la precisión de las formas del Mare Nostrum. Paralelamente, visualizamos con la misma seguridad a los filósofos taoístas en un brumoso paisaje otoñal entre árboles colgados de las rocas y cascadas que surgen de recónditas montañas en los confines de China. Hay modos de pensar que sugieren paisajes concretos: siempre he situado el taoísmo en la alta montaña, entre abetos, musgo, rocas, torrentes y silenciosos recodos en el corazón del bosque; en el Mediterráneo se adecua el pensar apolíneo del argumento, recto y preciso como el templo griego;  mis polos de sensibilidad van del mar color de vino a la niebla crepuscular del collado entre los pinos: de la lógica al taoísmo. Para pensar el mar: apolíneo, luminoso, griego, perfil recortado en azul, objeto separado en concepto, lucidez del espacio que penetra en el pensamiento para asentar el yo humano limpio, recto y claro. Para abandonarse y explorar por intuición el modo de actuar de la naturaleza: el bosque taoísta, brumoso, chino, perfil difuminado en el ocre gris, objeto no separado de su contexto, continuidad panteísta que penetra en el sentimiento para diluir el yo humano en borrosa comunión con el todo.

Dos filosofías, dos modos de conocer paralelos y diversos son la filosofía occidental y el taoísmo, que pueden utilizarse complementariamente con el provecho que siempre se deriva de los sutiles equilibrios contrapuestos. Para ello conviene conocer los propósitos y los medios de cada uno.

La filosofía occidental se pregunta cuál es la verdad, el taoísmo cuál es el modo de actuar; la sabiduría es un don de acción, el conocimiento un don de pensamiento. En el fondo, conocer lleva a actuar, y ambas filosofías son, como todos los sistemas en todas las latitudes, modos de convertir el caos en orden y de reducir los procesos sobrecogedores del universo a escala humana, haciéndolos más dominables, mansos y familiares.

Para buscar la verdad nuestra filosofía observa y argumenta, analiza y deduce, es decir, actúa para conocer, el taoísmo conoce para actuar y no llega al conocimiento por una acción previa, sino por una no-acción. Si observar y argumentar son los instrumentos del conocer occidental, la naturalidad, y la espontaneidad son los medios del actuar taoísta. Nosotros buscamos información para actuar después en función del conocimiento adquirido: los taoístas practican el abandono a la naturalidad y la espontaneidad para actuar directamente, sin mediar conocimiento .

Esta actitud está contenida en los dos conceptos básicos de taoísmo que son: Wu-wei = «hacer nada» , y tzu-jan = «conocer nada». La no acción creativa del wu-wei es la pura naturalidad. El no conocer del tzu-jan es la pura espontaneidad.Conviene analizar cada uno de estos dos conceptos y señalar sus análogos, que los hay, en la filosofía occidental.

El taoísmo es un pensamiento y un modo de hacer que pretenden reflejar y seguir el modo de ser de la Naturaleza. Simplificando mucho, podría decirse que el taoísmo es la filosofía de la naturalidad y la espontaneidad puras en la acción.

Ahora bien, escudriñar el modo de ser de la naturaleza también lo ha hecho la filosofía natural de Occidente desde milenios; ¿dónde reside la diferencia? Los chinos taoístas para saber cuál es el modo de actuar emplean el método de abandonarse a la naturalidad y espontaneidad; los occidentales, para actuar, desean conocer antes y su método consiste en argumentar con el cerebro y observar con sentidos e instrumentos. En Occidente, entre el estímulo y el acto cae la sombra -en metáfora de T. S. Eliot- del pensamiento. En los taoístas, entre estímulo y acto hay una respuesta inmediata, espontánea, sin conocimiento, con pleno abandono a la reacción más natural, pero habiendo trabajado el estado de ánimo hasta ponerlo en resonancia con la serenidad y aceptación del Tao. El occidental trabaja hacia fuera preparando el experimento, el taoísta trabaja por dentro preparando el temperamento.

De ahí el wu-wei = ‘hacer nada’ y el tzu-jan = ‘conocer nada’, que llamaremos, para castellanizar los términos, naturalidad y espontaneidad; podemos dividir a su vez cada uno en dos componentes. El wu-wei o hacer nada, que llamamos naturalidad, implica 1) seguir la línea de menor resistencia y 2) esperar el momento del retorno. El tzu-jan o conocer nada, que hemos llamado espontaneidad, implica I) la mente en blanco o no-mente y 2) el reflejo, en el sentido ambivalente de espejo y músculo.

[…]

Si nada en tu interior está rígido

las cosas exteriores se abrirán por sí solas.

En movimiento, sé como agua;

cuando quiero, como un espejo.

Responde como un eco.

Agua y espejo, imágenes de la naturalidad y espontaneidad son claves arquetípicas para penetrar en el sentimiento intuitivo del Tao; Chuang-tzu las une en la metáfora espléndida del remanso: «cuando el agua está quieta, es un espejo». Nadie se mira en aguas turbias, el agua deriva su lucidez de la quietud, así la mente sólo refleja con precisión lo exterior cuando está calmada, vacía desinteresada y limpia.

[…]

Las buenas vibraciones de la obra de arte suben al observador a su misma onda. Es así como se realiza la empatía o resonancia artística. Por eso mismo la función del arte es «subir el viaje», el to be high de la terminología hippie. No denunciar, como pretende el falso arte actual, sino extasiar. No describir las vulgaridades de la vida diaria, ni siquiera las injusticias, por loable que sea hacerlo, porque para eso están las ciencias sociales. El arte debe trabajar sobre el interior de la persona llevándola a niveles de humanidad superiores. En el límite, la obra de arte puede llevar al perceptor al samadhí o éxtasis; normalmente le sube a niveles de conciencia y emoción superiores, como una lámpara que recibe mayor corriente y alumbra con más fuerza.

[…]

Abraham Maslow mantiene que la comunicación entre elindividuo y el mundo depende en gran medida de su isomorfismo {similaridad de estructura o forma); que el mundo sólo puede comunicar a una persona lo que esa persona merece, es decir, lo que es capaz de captar en el nivel a que está. El significado de un mensaje depende no sólo de su contenido, sino también del grado en que la mente es capaz de reaccionar ante él. El significado «elevado» sólo es perceptible a la persona «elevada». Cuanto más alto es, más puede ver.

Como dijo Emerson: «Tal como somos, así vemos» ( « What we are, that only can we see»). Pero hay que añadir que lo que vemos tiende a su vez a hacernos lo que somos: «La relación de comunicación entre la persona y el mundo es una relación dinámica de formarse mutuamente y de elevarse o rebajarse el uno al otro; un proceso que podemos llamar «isomorfismo recíproco», personas de alto nivel pueden entender un conocimiento de nivel más alto, pero también un nivel más alto en el entorno físico tiende a elevar el nivel de la persona, igual que un nivel bajo de ambiente tiende a rebajarla. Se hacen cada vez más el uno como el otro».

En esta teoría estructuralista del isomorfismo en la percepción está el fundamento de la estética por venir. La nueva estética que reemplazará al actual desbarajuste evaluativo del arte moderno, será una estética que propondrá como función del arte elevar a la persona a estados emocionales y niveles de percepción superiores, tal como hacen el yoga y las sustancias psicodélicas. Todo el contenido de «la denuncia» y «el mensaje» en el arte se dejará para otro lugar y al arte se le pedirá lo más difícil: que hable a la intuición, que abra las puertas de la percepción, que haga consciente el subconsciente.

[…]

En cierta ocasión propuso como ejercicio que ilustraran este poema:

Los cascos de su caballo vuelven cargados
con los perfumes de las flores pisadas.

El artista ganador pintó un jinete seguido de una nube de mariposas.

En el arte chino, cuando las formas terminan, el significado continúa más allá, como loS ecos se prolongan lejanos tras la voz extinguida. Parece como si para los chinos el aroma fuera más importante que el sabor, el regusto que el gusto; como los grandes vinos, la obra de arte china es mejor en la retirada que en la entrada. Con el aroma desconocido que queda flotando en el aire cada obra taoísta deja una fragancia de sugerencias que acarician la imaginación y la ponen en pie para que inicie su danza inacabable sobre el fuego y el
agua.

En Occidente han sido los simb0listas quienes propusieron como función del arte la expresión de los significados secretos de las cosas; y para lograrlo el medio es el símbolo, que es la reticencia de la intuición, el soberano lenguaje de la inteligencia. No la abstracción racionalista, como erróneamente busca el perdido y mediocre arte actual, sino la imaginación intuitiva. Mallarmé decía: «Creo necesario que no haya más que alusión. Nombrar un objeto es suprimir tres cuartas partes del goce del poema, que proviene de la felicidad de adivinar poco a poco; lo que se desea es sugerir». Y en el otro lado del mundo el japonés Okakura Kakuzo repetía como un eco de Mallarmé: «La definición es limitación, la belleza de una nube o de una flor está en su desplegarse inconsciente», y es que el arte, como el psicoanálisis y la religión, lo que pretende es hacer consciente el subconsciente y por eso debe usar el lenguaje subconsciente suprarracional del símbolo.

En la penumbra ambigua donde el sol de la razón tramonta hacia las regiones de la imaginación está la cámara del arte. Es el punto generativo que todos los grandes artistas han conocido, allí donde, en palabras de T. s. Eliot,

Entre la idea
y la realidad
entre el movimiento
y el acto
CAE LA SOMBRA

Entre la concepción
y la creación
entre la emoción
y la respuesta
CAE LA SOMBRA

Entre el deseo
y el espasmo
entre la potencia
y la existencia
entre la esencia
y el descenso
CAE LA SOMBRA

[…]

Unimos treinta radios y lo llamamos rueda;
Pero es en el espacio vacío donde reside la
utilidad de la rueda.
Moldeamos arcilla para hacer un jarro;
pero es en el espacio vacío
donde reside la utilidad del jarro.
Abrimos puertas y ventanas cuando construimos una casa;
son estos espacios vacíos
los que permiten utilizar la casa.
Por lo tanto, igual que aprovechamos lo que es,
deberíamos reconocer la utilidad de lo que no es.
(Lao-tse, Tao Te Ching, XI)

En profundo acuerdo con la visión de Lao-tse, los pintores taoístas tratan el espacio vacío como un factor positivo; no como algo que queda por llenar y sobra, sino como el seno materno de las formas; el manantial preñado de potencia de donde, por la danza vital de la energía, nacen todas las formas.

[…]

El jardín nos ha revelado sus secretos. Tenemos ya las cuatro claves del arte taoísta: empatía, ritmo vital, reticencia, vacío. Son las llaves que abren el umbral entre realidad e ilusión, las mismas llaves que tenía el gran maestro Wu Tao-tzu cuando pintó su vasto paisaje mural en palacio. El emperador, al verlo, estaba rendido de admiración. Entonces Wu Tao-tzu dio una palmada y en la pintura se abrió una caverna. El
maestro entró en su pintura y no se le volvió a ver más. Como todo artista genial, supo cruzar el umbral entre realidad e ilusión. Así como la claridad se cierne entre el día y la noche, y la felicidad entre el deseo y el acto; así entre realidad e ilusión el arte camina sobre el borde afilado de la sombra, porque la belleza está al otro lado. Así consiguió Li-Po la obra maestra de la estética taoísta: una noche que paseaba en barca, bebiendo con los amigos, Li-Po murió ahogado al inclinarse y abrazar el reflejo de la luna sobre el río.

Luis Racionero: Textos de estética taoísta (Alianza Editorial)

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Esta entrada fue publicada el julio 26, 2010 a las 8:10 am. Se guardó como Ensayo, Lecturas y etiquetado como , , , , , . Añadir a marcadores el enlace permanente. Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.

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