Me apena profundamente una sociedad en la que Belén Esteban y otros personajes de su calaña son mucho más influyentes que Miguel Delibes, al que sólo hacemos caso, durante unas horas, en el día de su muerte.
Me apena un país en el que el tamaño de la pantalla de nuestros salones es una cuestión de status más importante que el número de los libros que nos han emocionado. Si el hombre está hecho a la medida de sus sueños, qué triste que los de la mayoría de los españoles sólo puedan realizarse en un centro comercial.
Me apenan las estanterías y las vidas vacías de libros. Me entristecen los salones llenos de cables que nos convierten en espectadores pasivos de un espectáculo diseñado por otros.
La vida no es un espectáculo. Tampoco lo es la guerra, el dolor, los celos, la familia, el miedo, el amor. Cuando los focos se encienden, la creatividad se apaga. Un libro puede conectar con lo más profundo de nosotros mismos, un ejercicio que puede resultar doloroso y liberador. Pero no interesa la lectura en el carnaval de luces deslumbrantes en el que se ha convertido la existencia. Un libro no es un espectáculo.
Me apena que el centro de nuestros hogares sea la televisión y que dejemos que la superficialidad se exhiba diariamente ante nuestros ojos.
Apaga la telebasura, enciende tu inteligencia. Gracias por emocionarme, Miguel Delibes.