En otros tiempos viajar resultaba de lo más recomendable. En el siglo pasado, el viaje era una condición indispensable del escritor: viajar para leer y escribir, como Henry James, o viajar para escribir, como Joseph Conrad. Lo que suele entenderse por ver mundo era oficio de marinos o intelectuales, una rara especie de aventureros forzosos.
Eran otros tiempos, cuando viajar representaba un auténtico cambio de caparazón, de cultura y a veces también de costumbres. Viajar entonces no sólo significaba desplazarse, sino disponer de tiempo. He aquí un elemento esencial para el verdadero viaje: el tiempo necesario para que el cuerpo humano solidifique su aventura. El viaje sin tiempo no es viaje. El viaje precisa de cierta duración opuesta al microondas mental que nos traslada de un lugar a otro como si fuésemos ufanos saltimbanquis.
En esta época sin tiempo, viajar es un acontecimiento casi imposible. Ahora que todo el mundo viaja es cuando más difícil resulta viajar.
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La televisión es una golosina demasiado apetecible para el escritor. ¿Cómo negarse a salir en la pequeña pantalla cuando es gracias a ella que el escritor vende y escribe libros? A fuerza de salir en la televisión el escritor se transforma en un actor, aprende a hablar bien, a moverse de la manera adecuada y a desenvolverse en ese medio como un verdadero profesional. Y así es como poco a poco el escritor se olvida de que escribe libros y se imagina que es un actor o un político (los mejores profesionales del medio televisivo), y en esta carrera inútil de ser el mejor del medio, el de más elevado índice de audiencia, el más comentado y parodiado, el escritor pierde una enormidad de tiempo, cuando no la ocasión de escribir su libro más selecto.
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Las ciudades literarias guardan en común un extrañamiento patriótico. Son ciudades que parecen encontrarse más allá del país que las contiene. Son ciudades con dos caras. Tan cosmopolitas como apátridas. Ciudades coloniales, abiertas a individuos de procedencia múltiple. Ciudades mestizas, en suma, en las que sus escritores también tienen el corazón mestizo. Los escritores de este siglo son como esas ciudades perdidas, atlántidas desaparecidas cuyos restos son estos escritores que flotan a la deriva. Escritores exiliados. Bien por elección o por desesperación: unos admirables bastardos.
Los turistas viajan a ciudades cuyos habitantes se caracterizan por obedecer a peculiaridades comunes. Los turistas quieren paisajes ordenados, excursiones organizadas, guetos, reservas, paraísos tropicales… Si algo tienen en común las ciudades literarias es el desorden. Lo extraño. Lo extranjero. Lo externo. Sus habitantes se distinguen del resto de comunidades por lo semita, lo colonial, lo oculto o esotérico, lo étnico, lo exótico, lo irónico (un sentido del humor negro y torcido), lo melancólico, lo distinto, lo bilingüe…
Los escritores de este siglo son eso, y pueden ser también todo lo contrario. […] James Joyce los definió en un título: Exiliados.
[…] En el siglo XX ser judío es un condicionamiento literario. Un estado natural del escritor sin el cual sería dudoso y difícil identificarlo como tal.
A los escritores de este siglo se les han presentado tres posibilidades vitales.
1. Vivir en Nueva York, haber estudiado en Yale, Vassaar o Harvard, escribir artículos, guiones de cine y críticas literarias, ganar o no ganar el premio Nobel y morir en casa de cáncer o cirrosis galopante.
2. Haber sobrevivido a los campos de exterminio nazis, serbios, rusos o croatas, haber soportado estados de sitio infernales, perderse en espacios ignotos, ganar o no ganar el Nobel y suicidarse.
3. Permanecer encerrados en un manicomio sin haber podido superar el trauma de estar muertos y seguir aún con vida.
El poeta, como Paul Celan, vive en todas partes y en ninguna. Es el perfecto desarraigado. Escapa de todo cuanto puede. Escribe. El sufrimiento merece ser contado. Eso hace que un escritor sea escritor y no una estrella de televisión.
[…] Podríamos decir que el siglo XX es el siglo de los escritores perseguidos que han vivido lo suficiente como para dar fe de la memoria trágica. Sólo así se explica la obra incuestionable de la pequeña Anna Frank. Una libreta y un lápiz para dejar constancia del horror del siglo. De entre los perseguidos, Anna Frank es la escritora más desdichada por ser, también, la casi autora, la casi mujer, la casi sobreviviente. La maestra de una época. Anna Frank vivió escondida en una especie de ciudad literaria llamada la Casa de Atrás. En este escondite mínimo e improvisado detrás de una librería situada en el interior de una fábrica de Amsterdam, Anna Frank escribió durante dos años su vida cotidiana de judía perseguida.
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La vocación de escritor y la condición de proscrito son inseparables.
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Dicen que los santos leían las vidas de otros mártires y santos para sentirse acompañados por ellos. Yo leo y releo las vidas mutiladas de los sacrificados por Hitler y por Stalin. De ese modo estoy más cerca de las víctimas bosnias.
La lectura debería convertirse en la religión maldita de este siglo que agoniza.
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Afirmo que la lectura, toda lectura, debe convertirnos en lectores radicales. Eso es lo que distingue la verdadera lectura de cualquier otra cosa.
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Éste es un libro de viajes nunca hechos. […] Mientras escribía este libro he pensado constantemente en el millar de escritores desaparecidos en la Rusia estalinista. He pensado en mis colegas yugoslavos y en todos los escritores que este maldito siglo convierte en perseguidos por el mero hecho de ser escritores. Pero los escritores, como los negros, las mujeres, los bosnios, los judíos… persistimos en luchar por la diferencia.
Mientras escribía este libro he pensado también en el miedo de estar escribiendo este tipo de libro, y en el miedo que me producía el preguntarme por qué estaba escribiendo esta clase de libro. Miedo que todos parecemos ignorar con actitudes irónicas, individualistas, pragmáticas, pero que, por lo mismo, tanto más revelador resulta.
Este libro es un canto nostálgico al exilio forzoso, interior o exterior, que muchos escritores nos vemos obligados a seguir, a pesar del viaje, del miedo a volar y del miedo, más espantoso aún, al autoritarismo que desencadena todas las guerras.
Viajar es muy difícil
04 Ene
Esta entrada fue publicada el enero 4, 2010 a las 7:07 pm. Se guardó como Lecturas, Narrativa y etiquetado como Nuria Amat, viajar es muy difícil, Viajes.
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Esta es una reflexión bastante intimidante del oficio del escritor. Digo intimidante por la crítica tan fuerte que presenta a la forma de vida actual, esa forma de vida que nos viene carcomiendo sin dejarnos, como el mismo texto lo dice, tiempo para ser lo que en realidad somos o queremos ser.
Como opinióm muy personal, me parece que este fragmento del libro es muy acertado como una invitación al lector ya que hacer un analisis sobre este oficio es una labor bastante complicada cuándo hay tanta subjetividad y diversidad de pensamientos. Y es que los escritores, como todos los artistas siempre son muy particulares en su individualidad.
Sin duda una excelente recomendación para leer empezando al año con pie derecho.
Saludos.