Las palabras de los místicos nunca han interesado a los poderosos, pues su carga de profundidad socava las estructuras de necio poder que rigen el mundo. Mientras la curia del Vaticano prosigue su giro hacia la Edad Media y los petrodólares del wahabismo saudí instauran por el mundo un Islam reaccionario, no estaría mal que abriésemos nuestros oídos a las palabras de los profetas -sin olvidar que el iluminado que no usa la palabra, sino la espada, no es un profeta, sino un delincuente común-. Místicos tan cercanos y tan enamorados como San Juan de la Cruz o Ibn Arabí:
Hubo un tiempo en que rechazaba a mi prójimo si su religión no era como la mía. Ahora mi corazón se ha convertido en receptáculo de todas las formas: es pradera de gacelas y claustro de monjes, templo de ídolos y Kaaba de peregrinos, Tablas de la Ley y Pliegos del Corán. Porque profeso la religión del Amor y voy donde quiera que vaya su cabalgadura, pues el Amor es mi Credo y mi Fe.