Creo que el único motivo por el que he sido capaz de seguir escribiendo todos estos años, y de entregar mis escritos a la imprenta, es porque sé que mi papá hubiera gozado más que nadie al leer todas estas páginas mías que no alcanzó a leer. Que no leerá nunca. Es una de las paradojas más tristes de mi vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme, y este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra.
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Hoy en día, hay un único motivo por el que vale la pena perseguir algún dinero: para poder conservar y defender a toda costa la independencia mental, sin que nadie nos pueda someter a un chantaje laboral que nos impida ser lo que somos.
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La cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos. La memoria es un espejo opaco y vuelto añicos, o, mejor dicho, está hecha de intemporales conchas de recuerdos desperdigadas sobre una playa de olvidos. Sé que pasaron muchas cosas durante aquellos años, pero intentar recordarlas es tan desesperante como intentar recordar un sueño, un sueño que nos ha dejado una sensación, pero ninguna imagen, una historia sin historia, vacía, de la que queda solamente un vago estado de ánimo. Las imágenes se han perdido. Los años, las palabras, los juegos, las caricias se han borrado, y sin embargo, de repente, repasando el pasado, algo vuelve a iluminarse en la oscura región del olvido.
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La compasión es, en buena medida, una cualidad de la imaginación: consiste en la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de imaginarse lo que sentiríamos en caso de estar padeciendo una situación análoga. Siempre me ha parecido que los despiadados carecen de imaginación literaria -esa capacidad que nos dan las grandes novelas de meternos en la piel de otros-, y son incapaces de ver que la vida da muchas vueltas y que el lugar del otro, en un momento dado, lo podríamos estar ocupando nosotros: en dolor, pobreza, opresión, injusticia, tortura.
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Además, de mi papá aprendí algo que los asesinos no saben hacer: a poner en palabras la verdad, para que ésta dure más que su mentira.
El olvido que seremos
18 Abr
Esta entrada fue publicada el abril 18, 2009 a las 10:46 am. Se guardó como Lecturas, Narrativa y etiquetado como Colombia, El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince.
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Acabo de terminar de leer el libro y sí, me llego al corazón y lloré. Algo sabía del señor Abad padre, pero como la mayoría de colombianos, viene a conocer su obra y su pensamiento cuando ya no estaba; interesado por el libro descubrí que era una persona como muchas otras que ya no están y como muchas otras que siguen ahí, luchando con sabidurá para detener esta guerra de canivales, de locos y nace una pregunta: ¿es mucho pedir poder nacer, vivir y morir sin que las balas de la ignorancia trunquen el sueño de un mundo mejor? Don Héctor, la semilla de su papa no morirá, hoy el país sigue tan cruel y tan violento como ayer, pero los malos no han ganado nada, por que antes mataban a los que pensaban en un mundo para todos y hoy se matan entre ellos, por que su egoismo y su avaricia, también los llevará a la muerte.
He leido el olvido que seremos en varias oportunidades y en epocas diferentes. Me parece al extremo conmovedor no solo por la calamidad y tragedia de esa familia sino tambien porque es el retrato fidedigno de miles de familias colombianas que han tenido que enterrar a sus amados con la incertidumbre del porque. No conocia casi nada de Hector Abad Gomez pero fue un buen Colombiano preocupado por los demas, en una epoca de oscura y absurda violencia.
me encanta el libro, aunque es en extremo personas es profesional y no se apasiona, en la calma transmite por la mano de Abad Faciolince el sentimiento de una herida que aunque abierta ya no sangra tanto.
Acabo de terminar de leer «El ólvido que seremos». Me ha emocionado. Cuando hace muy pocos días conocí el fallecimiento de Vicente Ferrer y ahora concluida esta historia, la historia de Hector Abad Gómez, pienso en el ejemplo que suponen para todos estas personas capaces de dedicar su vida a los demás.
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