El desvío a Santiago

Quizá sea ésta la más profunda melancolía del viajero, que la alegría del regreso siempre está mezclada con algo más difícil de describir, que aquello que has echado tanto de menos también puede seguir existiendo sin ti, que deberás quedarte para siempre allí -donde se encuentra esto- si quieres tenerlo verdaderamente contigo. Pero para ello tendrías que convertirte en alguien que no puedes ser, alguien que se queda en casa. El auténtico viajero vive de su desgarramiento, de la tensión entre el volver-a-encontrar y el volver-a-dejar, y al mismo tiempo ese desgarramiento es la esencia de su vida, no pertenece a ninguna parte. En el todas-partes que frecuenta constantemente faltará siempre algo, es el eterno peregrino de lo carente, de la pérdida, e igual que los auténticos peregrinos de esta ciudad está buscando algo que estaba aún más lejos que la sepultura de un apóstol o la costa de Finisterre, algo que hace señas y permanece invisible, lo imposible.

[…]

Pobre España, puede decirse entonces, y dar una melancólica conferencia sobre un país que nunca se pondrá de acuerdo consigo mismo porque nunca ha sido una unidad. «Con Franco vivíamos mejor», dicen los de derechas, «entonces no había esta basura. Suárez ha destituído más ministros que Franco en todos los años de su régimen». «Nosotros somos utilizados sólo como población trabajadora por la España rica», dicen los andaluces, «somos emigrantes en nuestro propio país». «Nosotros hemos dejado que se estropearan todos nuestros pueblos, paisajes y playas por el turismo», dicen los habitantes de la Costa del Sol, «pero ¿adónde va el dinero?» «Nosotros en Cataluña ganamos el dinero para toda España; estaríamos mucho mejor solos», dicen los catalanes (y los vascos). Y éstas no son ni mucho menos todas las separaciones y rupturas. Quien conoce la historia de España sabe que siempre ha sido así, excepto cuando un gran movimiento nacional, una gran aventura -como la Reconquista o el tiempo del oro y los viajes del descubrimiento- tenía a toda «España» en un puño. Pero después de un entusiasmado suspiro de este tipo, el país se divide de nuevo en todas sus propiedades y obstinaciones. Celtas, iberos, godos, judíos moros, romanos, todos han echado su sangre en la gran cacerola, y lo más extraño es quizá que de vez en cuando era posible gobernar todas estas regiones nacionalistas con sus climas, paisajes, caracteres e intereses totalmente distintos, desde ese único punto en la árida meseta central: Madrid. Seca y pobre, el diez por ciento del suelo pura piedra, treinta y cinco por ciento apenas productivo, cuarenta y cinco por ciento de alguna manera fértil, diez por ciento rico… separada del resto de Europa por el muro de Berlín de los Pirineos, aislada, lejana y dividida en sí misma por la interminable meseta en el centro. Comunicaciones difíciles, caracteres distintos, el amor por lo propio, lo cercano, la ciudad, la región, la propia lengua siempre más grande que la idea de la colectividad. Así es el ahora, así es el antes.

Cees Nooteboom: El desvío a Santiago (Siruela)

Esta entrada fue publicada el marzo 18, 2009 a las 11:01 pm. Se guardó como Lecturas, Narrativa y etiquetado como , , , . Añadir a marcadores el enlace permanente. Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.

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