Al recordar estos sucesos, no siento nada. Perdonadme si ese día perdí la capacidad de sentir. Fue lo último que me quitaron después de mi lápiz y mi calendario y mis zapatillas, el ejemplar de Grandes esperanzas, mi esterilla y la casa, después del señor Watts y mi madre.
No sé qué hay que hacer con esta clase de recuerdos. No creo que esté bien querer olvidar. Quizá por eso escribo estas cosas, para poder seguir adelante.
¿A quién veíamos nosotros, los niños, en el aula? ¿A un hombre que verdaderamente pensaba que Grandes esperanzas era la mejor novela del mejor escritor inglés del siglo XIX? ¿O a un hombre a quien sólo le queda un bocado y afirma que ésa es la mejor comida de su vida?
Supongo que es posible ser todas esas cosas a la vez. Salirse de algún modo de quien uno es para pasar a ser otro, así como recuperar cierta esencia de la identidad. Sólo vemos lo que vemos. No sé nada del hombre al que June Watts conoció. Yo sólo conozco al hombre que nos llevó de la mano a nosotros, los niños, y nos enseñó a reinventar el mundo, y a ver la posibilidad del cambio, a recibirlo en nuestras vidas.
El señor Pip
05 Feb
Esta entrada fue publicada el febrero 5, 2009 a las 5:04 pm. Se guardó como Lecturas, Narrativa y etiquetado como El señor Pip, Lloyd Jones, novela.
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