Maras. La cultura de la violencia

Varias noches contemplando el libro de Isabel Muñoz: Maras. La cultura de la violencia. Dentelladas que dejan un mapa de cicatrices: los tatuajes son la única historia de los que no tienen historia. Y las maras como enormes tiburones que hacen pedazos los cuerpos de los arrojados al sucio océano de los suburbios de América. La violencia como un lugar para los que no tienen lugar.

Como dice uno de los mareros en el siguiente reportaje, la muerte es segura, la vida no.

Algunos pasajes del exhaustivo e iluminador artículo de Jose Miguel Cruz Origen y evolución de las maras en Centroamérica, que también forma parte del libro:

las pandillas centroamericanas aparecen y se nutren de una compleja interacción de condiciones que provienen de diversos ámbitos: social, comunitario e individual. Las pandillas tampoco constituyen un fenómeno estático e inamovible a través del tiempo. En realidad, su naturaleza ha estado en constante cambio como producto de la interacción de esos factores entre sí, y de  los mismos con las políticas erradas que se han llevado a cabo para enfrentarlas. […]

las maras son, en parte, el producto de los eventos sociales que han marcado a las sociedades centroamericanas en las últimas dos décadas -o quizás más-, los cuales han determinado la manera en que se ha desarrollado el fenómeno. Esos eventos sociales constituyen, por un lado, la concurrencia de ciertas condiciones sociodemográficas: porcentaje de población joven, nivel de pobreza y desigualdad, acceso a educación, salud, vivienda y espacios de esparcimiento, entre otros; pero por otro, son el resultado de la intervención política de las sociedades, es decir, de las decisiones políticas, deliberadas o no, conscientes o no, que los Estados han adoptado para lidiar con su población joven y para enfrentar el problema de las pandillas.  De ahí que para comprender el fenómeno de las pandillas en la actualidad, es importante examinar lo que ha hecho o ha dejado de hacer el Estado para enfrentarlas. Eso es lo que ayuda a entender, en parte, por qué la presencia de entornos y de realidades sociales muy parecidas, no necesariamente han derivado en el mismo tipo de fenómeno pandilleril en absolutamente todos los países de la región.

Es posible agrupar los factores que están detrás de la aparición y el desarrollo de las maras en Centroamérica en diez grandes categorías de condiciones de causalidad, desde la más amplia y estructural hasta la más concreta. Ninguna explica en términos simplistas el hecho de que en la región norte de Centroamérica se hayan desarrollado las maras, pero es imposible comprender dicho fenómeno sin considerar a todas y cada una de esas condiciones: procesos de exclusión social; cultura de violencia; crecimiento urbano rápido y desordenado; migración; dinámica de la violencia; desorganización comunitaria; presencia de drogas; familias problemáticas; amigos o compañeros miembros de pandilla y las dificultades de construcción de identidad personal.

[…]

La mayoría de pandilleros provienen de entornos en donde la vivencia de exclusión social va desde las mismas condiciones de vida familiar y comunitaria hasta la expulsión que sufren los jóvenes del sistema escolar.

[…]

[cultura de la violencia] un sistema de normas y valores imperante en amplios grupos de la sociedad que legitima, aprueba y reproduce el uso d ela fuerza en las relaciones interpersonales. Este sistema cristaliza en la misma socialización de los jóvenes en la familia, en la escuela; con las expresiones de violencia que la reproducen de forma ininterrumpida, con modelos de crianza y enseñanza en donde el uso de la violencia es cotidiano y normal, y se expresa en diversos comportamientos sociales, como por ejemplo, la permisividad social que existe hacia la tenencia y el uso de armas de fuego.

[…]

Las maras centroamericanas han aparecido precisamente en los entornos urbanos que sufren de grandes transformaciones producidas por el crecimiento poblacional, territorial e infraestructural caracterizado por la rapidez y la falta de organización. En la vida cotidiana de los jóvenes esto se traduce en procesos de hacinamiento urbanístico en los que la aglomeración personal y la falta de espacios para los miembros de la familia constituyen la nota dominante, lo cual los expulsa a la calle y, con ello, a los grupos de amistades que hay en la misma. El crecimiento urbano poco planificado también se traduce en la inexistencia o baja calidad de los espacios de esparcimiento para los jóvenes. […] se caracteriza por la falta de espacios públicos positivos y en buen estado, la existencia de servicios públicos limitados, ineficientes o de poca calidad.

[…]

La migración ha jugado también un papel fundamental en la ampliación y difusión del fenómeno de las maras. […] Las maras son más bien el producto de la importación del modelo cultural de ser pandilla: con él se han difundido maneras de vestir, de comunicarse y de comportarse, las cuales han sido adoptadas por los jóvenes centroamericanos en busca de identidad.

[…]

[La desorganización comunitaria] se trata de comunidades en donde la falta de confianza entre los habitantes y la ausencia de mecanismos de participación ciudadana constructiva deterioran la capacidad de la comunidad para enfrentar sus problemas y alcanzar las metas en común, esto es, erosionan el llamado capital social. Las comunidades que están atestadas de mareros son, por lo general, lugares profundamente desorganizados, desestructurados socialmente y desarticulados con respecto a las instituciones locales y nacionales. Las maras florecen, en parte, por la incapacidad de la población de enfrentar el problema de manera conjunta y de orientar los ánimos de los jóvenes por senderos más beneficiosos para la comunidad. La existencia de redes conectadas al tráfico y consumo de drogas se encuentran también asociadas a las maras centroamericanas.

[…]

Pero el nivel que tiene una incidencia todavía más decisiva en los procesos que hacen que los jóvenes se integren a las pandillas es el llamado nivel relacional en las causas de la violencia. […] Todos los estudios sobre las maras señalan que los jóvenes que se integran a éstas provienen de familias problemáticas, profundamente disfuncionales, con  problemas serios de comunicación, en ocasiones ligadas a  la desintegración o a una estructura monoparental. Estas familias se caracterizan, además, por una historia muy intensa de violencia familiar, de la que los futuros niños y jóvenes pandilleros constituyen las principales víctimas y testigos cotidianos. Los hogares problemáticos de los jóvenes se cristalizan en dinámicas familiares en donde, ya sea por las condiciones de vida o por negligencia, los niños viven prácticamente abandonados por sus padres. Por lo general se trata de niños y jóvenes con quienes sus padres no tienen ningún control ni comunicación y por lo tanto, no tienen la capacidad de saber qué hacen sus hijos, con quiénes se asocian y dónde pasan su tiempo. En tal sentido, las historias personales de los mareros centroamericanos están marcadas por grupos familiares en las que los conflictos, la violencia, el abandono y la incertidumbre constituyen un hecho cotidiano. Las relaciones con la familia sientan las bases para la expulsión habitual del joven del hogar a la calle, a la vez que lo preparan para establecer relaciones con los demás basadas en el conflicto y en el uso de la fuerza.

[…]

Son éstos [jóvenes con historial de pertenencia a las pandillas o de vida criminal] los que se convierten en los modelos o en los inductores de los procesos de afiliación a las pandillas en una etapa de la vida en la cual el jóven está en la búsqueda de la identidad. Estos pares son los que ofrecen una serie de recursos que no suelen estar al alcance de los jóvenes en su vida dentro del hogar: solidaridad, respeto, pero también acceso a recursos y dinero. […] Ni la comunidad ni la escuela ofrecen otras alternativas de asociación más constructiva.

[…]

El caracter autorreproductor de la violencia se ve claramente reflejado en las maras centroamericanas, y aunque ello no puede considerarse como un factor que induce a los jóvenes a las pandillas, sí juega un papel fundamental en el fortalecimiento de sus lazos de pertenencia a las mismas.[…] algunos de ellos entran en las pandillas sin tener muy claro el universo de violencia del que formarán parte, pero una vez se ven tocados por la misma, ya sea porque uno de sus mejores amigos  se vio afectado por la agresión de un pandillero rival, o porque tuvieron que agredir a alguien como prueba de su lealtad a la pandilla, su vínculación con el grupo se fortalece y su compromiso con el uso de la fuerza se vuelve ineludible.

[…]

las pandillas constituyen el más cercano -o el único- grupo de referencia que tienen los jóvenes. En un momento en la vida en que los adolescentes se encuentran buscando respuestas a las preguntas sobre su propia identidad y su personalidad, las maras se plantean como la única respuesta plausible y éstas no sólo ofrecen violencia y riesgo, sino sobre todo para los jóvenes marginados ofrecen la posibilidad de satisfacer las carencias afectivas y materiales. Esto se combina con una pronunciada ausencia de modelos positivos tanto en el hogar como en la comunidad y la sociedad. Para niños y jóvenes que han vivido en condiciones de exclusión, en hogares en donde los padres difícilmente han podido cumplir con su tarea de ser padres, en comunidades en donde se privilegian los valores y normas que legitiman la violencia, y en una sociedad que propone modelos de comportamiento frecuentemente ambiguos con respecto a la convivencia y el respeto a los demás, las pandillas callejeras se convierten en el referente más claro y menos confuso para la construcción de su propia conciencia como persona. Eso explicaría ese compromiso con las pandillas, que puede ser llevado hasta las últimas consecuencias.

[…]

Pero el panorama sobre el fenómeno de las maras centroamericanas estaría incompleto si no se considera la responsabilidad que han tenido los gobiernos centroamericanos en su desarrollo. Ya sea por omisión al inicio del mismo como por la represión desatada en años recientes, los gobiernos han tenido mucho que ver en el actual desarrollo del problema de las pandillas.  La implementación de las políticas de Mano Dura, que en El Salvador han llegado a renombrarse oficialmente como Súper Mano Dura, y con campañas policiales como Puño de Hierro, agravaron las condiciones que están asociadas a las pandillas, pero sobre todo aumentaron los niveles de violencia en la sociedad ejercida desde el propio Estado. El problema con estas políticas estatales es que partían de un análisis completamente equivocado. Siguiendo el modelo de la «guerra contra el terror» estadounidense, las pandillas fueron enfrentadas más como un desafío terrorista que como un conflicto social.

Las estrategias de Mano Dura […] crearon las condiciones para que los que ya estaban enrolados en la violencia respondieran con más organización y virulencia. Los mareros convirtieron a las pandillas en grupos de crimen organizado. En un proceso paradigmático de «profecía autocumplida», se volvieron más violentos no sólo en contra de los representantes del Estado sino también en contra de la población y de sus propios compañeros. Encarcelados por centenas y de manera recurrente, sin programas de rehabilitación y de reinserción social, los mareros encontraron en las cárceles el espacio fundamental para reorganizarse, para generar estructuras, definir roles y especificar objetivos; allí se conocieron mejor y reconocieron que podían controlar el país, los países, las regiones. De acuerdo a las estadísticas oficiales, en el transcurso de un año desde el inicio del Plan Mano Dura en El Salvador, más de 18.000 jóvenes pandilleros fueron capturados, muchos de ellos repetidamente, en ciclos continuos de internamiento y liberación. En la actualidad, más de 3.000 jóvenes mareros guardan prisión en El Salvador. Sin embargo, de las cárceles los pandilleros salen fortalecidos y también más envenenados por la violencia.

[…]

Las lecciones de este proceso parecen claras: no es posible enfrentar el problema de las pandillas sin atender la diversidad de factores que se encuentran detrás de ellas. Hasta recientemente, muy poco o nada se había impulsado desde el Estado para resolver los procesos de exclusión social que sufre una gran proporción de jóvenes salvadoreños y centroamericanos, muy poco se había hecho por devolverles las oportunidades de educación y formación, de trabajo y de vivienda digna. Los programas para recibir a los deportados o a los migrantes retornados siguen siendo escasos y los jóvenes que regresan de los Estados Unidos habiendo perdido el «sueño americano», siguen encontrando un entorno hostil y falto de oportunidades. Tampoco se han desarrollado acciones capaces de reforzar la capacidad de las familias centroamericanas para poder criar y educar a sus hijos; aunque las políticas de prevención de la violencia intrafamiliar comienzan a ser implementadas en la actualidad, aún existe un gran número de niños que viven en condiciones de vulnerabilidad, debido a patrones de crianza basados en modelos culturales de castigo físico y psicológico.

Falta además reforzar la capacidad de las comunidades para que se conviertan en gestores de su propio desarrollo: las pandillas centroamericanas han surgido en comunidades desorganizadas y sumergidas en el abandono social y político.

Para acabar con el libro de Isabel Muñoz, un poco de polémica que no oculta la belleza plástica del trabajo realizado: las acusaciones de plagio del fotógrafo Christian Poveda, autor del documental La Vida Loca.

Hay que reconocer que el trabajo de Isabel Muñoz es hermoso pero se queda en la superficie –en muchas de sus imágenes los mareros parecen miembros de un grupo de rock y la carga de denuncia social del catálogo de la exposición lo dan los textos de los especialistas más que sus fotografías-, mientras que las imágenes de Christian Poveda nos meten en la vida diaria de los mareros y en su día a día de lucha por la supervivencia, muerte y sufrimiento. Christian ha sido corresponsal en El Salvador durante la guerra civil que asoló a ese país en los años 90 y se nota que conoce por dentro el mundo que fotografía.

[3/9/09:   Christian Poveda ha sido asesinado en El Salvador. Cuatro tiros en el rostro a las dos de la tarde en el municipio de Tonocatepeque, un final similar al de los mareros a los que dedicó sus últimos años de trabajo. Conocer la realidad y ponerla a nuestro alcance tiene sus riesgos, desgraciadamente. Nada que ver con llegar con tu equipo de ayudantes desde España, poner cuatro telas y unos focos y sacar fotos a los presidiarios con la guardia de la cárcel guardando tus espaldas. Nada que ver con regresar a España y montar una exposición por todo lo alto sin haber pisado las calles de San Salvador. Christian Poveda corría riesgos porque trabajaba a pie de calle en un mundo salvaje. Pero no tenía otra opción si quería ser honesto consigo mismo, la misma virtud de otros muchos fotoperiodistas que hoy están muertos.

Christian Poveda, fotógrafo. Descanse en paz.]

Otros recursos sobre las maras:

Share

Esta entrada fue publicada el enero 26, 2009 a las 10:10 pm. Se guardó como Fotografía, Lecturas, Miradas y etiquetado como , , , , . Añadir a marcadores el enlace permanente. Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.

3 pensamientos en “Maras. La cultura de la violencia

  1. Magnífico aporte.
    Las Maras, están en nuestro entorno desde hace mucho tiempo y con diferentes nombres, algunas más violentas que otras, las más son pacíficas, se las conoce también como pandillas, bandas, clanes, clubes, etc.
    Ahora, la alerta se cierne en que ya se encuentrana en España células de algunas maras muy peligrosas, concretamente la Mara Salvatrucha 13 y la Mara 18.
    Respetando lso derechos de autor, muchas fotografías dejan de ser «exclusivas» porque los mismos actores las han comercializado o cedido entre sus congéneres, amigos, familia, etc., y con la magia del Photoshop se hacen cambios de fondo, iluminación, se pueden borrar o ampliar algunas marcas tatuadas.
    Hoy en día es difícil ganar un caso de plagio, existen recursos y coartadas muy variadas para «demostrar» la autoria.
    Vale destacar, que cada fotografía tomada, es una auténtica obra de arte para cada fotógrafo, no por el peligro que conllvea esta situación por las obvias circunstancias, sino por la dedicación, esmero y profesionalismo aplicado.
    Un cordial saludo.

  2. HILLARY GRACE CORREA PACHECO en dijo:

    me parece feo

  3. ARMANDO COLINDRES en dijo:

    ESTA EXELENTE

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s