La alarma sonó a las seis menos cuarto y en pocos momentos dejé el campamento a mi espalda y me encontré caminando sobre la arena. Una leve bruma había humedecido el desierto y, como un espejismo, desaparecía antes de ser tocada por la luz. La arena endurecida facilitaba mis pasos, avancé cruzando dunas cada vez más altas y, de pronto, comenzó una fiesta que no esperaba ningún invitado. El sol abrió la puerta y caminé sin rumbo, poseído por la luz, borracho de sombra, en la sala vacía en que las dunas bailan al amanecer.
Cuadernos de Tunez: Las dunas bailan al amanecer
21 Ago
Esta entrada se publicó el agosto 21, 2008 en 9:37 pm y se archivó dentro de Escrituras.
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