La difusión de fotografías de contenido social implica siempre un acto de propaganda, lo quiera el fotógrafo o no. Simplemente hay que asumir este proceso, que es inevitable. Sea consciente o no, el fotógrafo impregna su obra con su sensibilidad y con su ideología. No cabe la neutralidad pura. Nos lo diga alguien deleznable como Franco o alguien entrañable como Dorothea Lange, una referencia de la creación documental libre de toda sospecha, que justificaba la pasión doctrinal: «Todo es propaganda de lo que uno cree. Cuanto más intensa y profundamente crees en algo, más propagandista te vuelves. Convicción, propaganda, fe, no lo sé, nunca he podido llegar a la conclusión de que ésa sea una mala palabra» (Aperture, 1982)
Joan Fontcuberta: El beso de Judas. Fotografía y verdad (Gustavo Gili, 1997)