
Robert Mapplethorpe: Patrice #2, New York, 1977
La fotografía es unaria cuando transforma enfáticamente la «realidad» sin desdoblarla, sin hacerla vacilar (el énfasis es una fuerza de cohesión): ningún dual, ningún indirecto, ninguna disturbancia. La Fotografía unaria tiene todo lo que se requiere para ser trivial, siendo la «unidad» de la composición la primera regla de la retórica vulgar (y especialmente escolar): «El tema -dice un consejo dirigido a los aficionados a la fotografía-, debe ser simple, libre de accesorios inútiles; esto tiene un nombre: búsqueda de unidad».
Las fotos de reportaje son muy a menudo fotografía unarias (la foto unaria no es necesariamente apacible). Nada de punctum en esas imágenes: choque sí -la letra puede traumatizar-, pero nada de trastorno; la foto puede «gritar», nunca herir. Esas fotos de reportaje son recibidas (de una sola vez), es todo. Las ojeo, no las rememoro; jamás un detalle (en tal o tal rincón) acude a interrumpir mi lectura: me intereso por ella (igual que me intereso por el mundo), pero no me gustan.
Otra foto unaria es la foto pornográfica (no digo erótica: lo erótico es pornografía alterada, fisurada). Nada más homogéneo que una fotografía pornógrafica. Es una foto siempre ingenua, sin intención y sin cálculo. Como un escaparate que sólo mostrase, iluminado, una sola joya; la fotografía pornográfica esté enteramente constituida por la presentación de una sola cosa, el sexo: jamás un objeto secundario, intempestivo, que aparezca tapando a medias, retrasando o distrayendo. Prueba a contrario: Mapplethorpe hace pasar sus grandes planos de sexos de lo pornográfico a lo erótico fotografiando de muy cerca las mallas del slip: la foto ya no es unaria, puesto que me intereso por la rugosidad del tejido.