Quedé con ellos en que volveríamos a vernos, en Alemania o en España, y yo creo que los tres sabíamos que nunca más íbamos a encontrarnos. Así son las cosas en los viajes…, amigos que haces y luego pierdes para siempre, afectos que crecen y se desvanecen al poco. Quizá es la mejor manera de sentir la amistad: porque en el camino, cuando nos encontramos con otros viajeros por unos pocos días, damos lo mejor de nosotros mismos y nadie pone sus rencores y sus angustias sobre la mesa. Eso lo dejamos para la vida cotidiana y puede que esa sea una de las más hondas razones por las que nos gusta viajar: para escapar de cuanto hay en nosotros de mezquino y doloroso.
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“Me llamo Nadie”, gritó Ulises al cíclope Polifemo. El suyo fue el primer gran aullido de la literatura. Quien no haya sentido alguna vez ese estallido del no-ser en el alma ni es viajero ni es escritor.
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Parece que, en el universo islámico, todo es comercio, y que cualquier relación social se estableciera sobre una razón mercantil, desde un acuerdo matrimonial a los costos de un entierro. Y así, la vida en las ciudades musulmanas, tanto en Zanzíbar como en Marraquesh, en Damasco y Harer, en El Cairo y Teherán, vibra y bulle en la calle. Porque la calle es el espacio natural donde se desarrollan las transacciones comerciales. Por otra parte, los mercados de las ciudades de todo el Islam no son sólo lugares de compra y venta, sino que van más allá: son lugares de encuentro, de convivencia, el espacio donde el hombre peca y se redime, donde gana su fama o labra su desdicha. Las mezquitas se esconden entre las callejuelas de los mercados, junto a los cafetines que huelen a té de menta y a aromas de pipas de agua. Allí los hombres disfrutan de la tertulia, en el frescor de los patios y las calles estrechas, y juegan al dominó o al backgammon, mientras las mujeres realizan sus compras y los niños juegan cuando han terminado su horario de escuela. El mercado parece una suerte de vivienda colectiva y sus recoletas galerías son como los pasillos de una enorme y anárquica mansión, aromatizada por el olor de las especias, de las alcantarillas y de los guisos de cordero. El Islam nace, muere y vive en los espacios donde se comercia. De manera que los mercados componen el más exacto retrato de la vida musulmana.
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Mecido por el río, en un baile suave y sutil, como un vals casi, me dejaba invadir por el presente feliz, disfrutaba con el encuentro del paisaje soñado tiempo atrás y que ahora se hacía vívidamente sensual. Soñar es algo fácil, pero llegar al lugar anhelado es una tarea a veces ardua. Y si lo logras, te sabe a victoria del alma.
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Y fue entonces cuando sentí que no era nadie, mientras silbaba un viento tenue en mis oídos, que la luz que daba en mis espaldas me disolvía, que mi identidad iba a esfumarse cuando cayera el sol y yo quedara inerme en brazos de la noche, ahogado ante el feroz estallido de la nada.
Menos que un grano de arena o que una piedra muerta…, una sombra, un pedazo de humo que iba a llevarse a quién sabe que lugar, en unos instantes, el aire seco.
Se ponía el sol y el pálpito de la vida parecía agonizar a mi alrededor, mientras se difuminaban las curvas de las sierras y la línea amarilla del desierto, mientras la roja sangre del cielo iba siendo absorbida por la intensidad violenta del silencio.
Sentí que mis pies pisaban el cadáver de un planeta perdido en el espacio desde millones de años atrás. ¿Qué podía ser yo en aquel mundo irremediablemente muerto?
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A veces, cuando me hacen entrevistas para la prensa, mis interlocutores me preguntan cuál es mi paraíso en la Tierra. Yo les respondía antes que mi paraíso es el camino. Pero ahora, en el interior de mi ánimo, reviven los días de Wadi Halfa cada vez que escucho esa pregunta. Y guardo el secreto para mí y para los amigos que tengan la bondad de leer lo que escribo.
Porque no conviene contarle a mucha gente dónde está tu particular paraíso.
Los caminos perdidos de África
22 Ene
Esta entrada fue publicada el enero 22, 2010 a las 6:14 pm. Se guardó como Lecturas, Narrativa y etiquetado como África, Javier Reverte, literatura de viajes, Los caminos perdidos de África, Narrativa.
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