A través de la revista digital 7.7 -editada por el colectivo Ruido– he encontrado el proyecto fotográfico que Aaron Huey está desarrollando en la reserva indígena de Pine Ridge (USA):
En las Grandes Planicies, escondido tras caminos secundarios y poco transitados, está el Campo de Prisioneros de Guerra Número 334, también conocido como Reserva Indígena Pine Ridge, hogar de los Lakota Sioux. Se trata de la tribu que sufrió la tristemente célebre masacre de Wounded Knee, en diciembre de 1890, en la que unos 350 lakota fueron asesinados. Desde ese día, Wounded Knee, y la Reserva Indígena Pine Ridge, han sido un símbolo de los males infligidos a los nativos norteamericanos por los descendientes de europeos. Tristemente, Pine Ridge sigue siendo el escenario de una masacre continua dentro de la tribu. En la reserva, las pandillas están fuera de control, y la violencia en la que viven afecta incluso a los pueblos más pequeños. El desempleo en la reserva oscila entre el 85 y el 90%, la oficina de vivienda pública es incapaz de asumir el coste de construir infraestructuras, y las que existen están derrumbándose. Hay muchos sin techo, y los que tienen un hogar lo comparten con hasta cinco familias más, en condiciones de hacinamiento. El 39% de las casas de Pine Ridge carece de electricidad. Se supone que, al menos, el 60% de los hogares está infestado con un hongo que causa una afección a menudo mortal en niños y personas mayores. Según datos de 2006, el 97% de la población vive por debajo de la línea de pobreza.
El índice de tuberculosis en la reserva de Pine Ridge es aproximadamente ocho veces mayor que el promedio de Estados Unidos. La mortalidad infantil es la mayor del continente, y tres veces superior a la media de EEUU. El abandono escolar alcanza el 70%. Y los profesores tampoco duran mucho: renuncian ocho veces más que el promedio de EEUU. Es frecuente ver a los abuelos criando a sus nietos porque sus propios hijos han sucumbido al alcoholismo, la violencia doméstica, y la apatía general. La expectativa de vida para los hombres es de apenas 48 años. He pasado años cubriendo historias de guerra, pobreza y negligencia en conflictos extranjeros en todo el mundo. Pero me encontré con que tenía un grupo, en mi propio patio trasero, que había sido convenientemente olvidado. Esta emotiva exploración fotográfica ha trascendido, para mí, los límites normales del documental. He desarrollado una profunda amistad y amor por la gente de Pine Ridge, y por las familias que he visitado en los muchos viajes que he hecho durante tres años. Mi esperanza es que esta exploración fotográfica saque a la luz a un pueblo que ha sido, durante mucho tiempo, demonizado, victimizado, idealizado, pero, en última instancia, abandonado.