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CONJURO PARA ATRAVESAR LAS ARENAS MOVEDIZAS
Morir no es la cuestión. Sino hundirse despacio
en las arenas tibias de una ciénaga.
La cuestión es el barro que se empeña en seguir
la trayectoria habitual del aire al respirar.
La cuestión es que algo, una mano, un ojo, siga
agitándose en superficie mientras el corazón desiste
y el cuerpo se acomoda
en el fondo.
Morir no es la cuestión. Sino saber atravesar
la vida con la leve insistencia
de los insectos que andan sobre el cieno,
saber alimentarse de carroña,
abrevarse en las aguas pútridas
y ofrecer el espíritu que germina en lo sólido.
Nadie es inocente. Todos lo somos, sin embargo.
Y no concluirá la travesía mientras quede uno,
tan sólo uno, vadeando la arena movediza
en busca de sí mismo. Importa
aprender a mirar de reojo las nubes
y ver cómo se forman las tormentas y cómo
aclara luego el día.
Importa ver el cielo tras las nubes,
ese vacío en el que todos los cambios se organizan,
ese vacío semejante a lo que somos bajo
los sentimientos que nos mueven.
En los cenagales se pudren los deseos
que no cumplieron su destino, que es pasar como las nubes:
sin dejar rastro. Atravesarlos sólo puede hacerlo
quien anda vacío, sin tiempo, sin historia.
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CONJURO CONTRA EL MAL DE LAS PROFUNDIDADESYo quería viajar en su mirada
-él, mientras tanto, había contratado
un viaje organizado por mis arrecifes.
Quería sumergirme en el misterio
de sus aguas profundas
-él había alquilado, por tiempo indefinido,
un fueraborda que alcanzaba
la costa en tres caricias.
Quise cazar su espíritu
por las sendas salvajes de su boca
-me ofreció una biznaga y unas horas
en un hotel de tres estrellas.
Bien entrada la noche, me di cuenta
que bajo la almohada escondía
el último estribillo del verano.
Yo no tenía bolsa ni maletas,
no me costó despedirme. De vuelta
a casa le envié, sin remitente,
una vista parcial de mis encantos.
Ya nunca viajo en carne ajena,
los caminos que exploro son de tierra,
de agua los océanos que surco,
ciertos los bosques que atravieso.
Cuando de amor se trata, me basta con algunas
excursiones sencillas, sin riesgo aunque perversas ,
me mantienen en forma, no malgastan
las fuerzas que reservo a los abismos.
Al fin y al cabo un hombre
es un poco de arena entre los dientes,
en el mejor de los casos, a veces,
una mota de polvo en una lágrima.
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CONJURO CONTRA EL MAL DE AMORES (III)Tuve que recurrir a otros labios
para borrar la huella de su boca en los míos.
Revestí mis paredes interiores
con siluetas que no correspondían a su sombra.
Hice arder hierbas olorosas
y sándalo en altares
que no le estaban dedicados.
Acudí a otros cuerpos
-eran como los trenes de cercanía:
apenas se alejaban de su centro,
emprendían la vuelta, por el mismo camino.
Me costó violentar
la natural fidelidad de mis instintos;
aun así procuré que indagaran los cauces
abiertos por sus manos.
Alguna madrugada, incluso traspasé
los umbrales del sueño
para volar más cerca de otras almas.
No obstante, nada de eso resultó suficiente:
no se borró su sangre en la almohada.
Tuve que repetir el gesto.
Lo hice una y otra vez.
Por fin ya no distingo a quién
pertenece la sangre que salpica
mi almohada, mi vida y mi destino.
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LÓGICA BORROSACuando quiso medir la fuerza de mi amor
no hubo forma de hacerlo.
Contó veinte cigüeñas un nido de gaviotas
un rayo en las tinieblas cuarenta y dos suspiros
una paloma ciega la idea de un suicidio
cinco trasbordadores treinta horas de espera
el viento encapuchado la silla de un convicto
un barco a la deriva el caso no resuelto
del crimen del tercero el rastro de mi sangre
en más de dos esquinas
un testigo ocular que bizqueaba un poco
contó con la inocencia de quien ya nada espera
sumó a todo aquello el número de visa
y el último recibo de la luz
por más que lo intentara -y era experto
en aritméticas ocultas-
las cuentas no salían:
entre el cero y el uno
quedaba parpadeando en la pantalla
la palabra «error».
Entonces angustiado comprendió
en qué se había equivocado:
el suyo era un sistema digital,
el mío era analógico.
No dejé que escapara a mi último suspiro,
no pudo computarlo. Marcaba exactamente
el grado de pasión
que un buen actor demuestra
al final de la obra. Cuando bajó el telón
supo que en mi sistema la amargura se puede
restar a la ironía.
Que el total fuese un muerto,
o dos, ya no importaba.
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NO PONDRÁS NOMBRE AL FUEGONo medirás la llama
con palabras dictadas por la tribu,
no pondrás nombre al fuego,
no medirás su alcance.
Todas las llamas son el mismo fuego.
Mi cuerpo es una antorcha que alumbra los espantos
que la razón construye en sus tinieblas.
Hay que bajar al cuerpo, muy adentro,
tocar el centro ardiente, abrirlo y propagar
el gozo de la lava.
No importa en qué caderas,
en qué pecho resbale,
no importa la estatura, el sexo o la materia
pues todos caminamos sobre la misma pira.
No medirás la llama con palabras que encubren
los viejos sentimientos de los hombres.
DECÁLOGO
No invadirás mi reino ni los mares que amparan mis fronteras.
No abrirás una brecha en la muralla
que protege a la bestia herida.
No borrarás la imagen que con éxito
me empeño en moldear frente al espejo en los días de niebla.
No robarás la paz que, aunque endeble,
mantiene en orden mis ciudades, anclados en el puerto los navíos.
No incendiarás el mundo que logré edificar
sobre tanta derrota y a pesar de ello.
No entrarás, sobornando al centinela, en la alcoba
donde aguardé cien años y un día tu regreso.
No templarás tu acero en el cráter ardiente de mi espíritu.
No sembrarás en mí, de nuevo,
el temor de perderte.
No sabrás
que una palabra tuya basta para herirme de muerte
y hacer de mi corazón un campo de exterminio. No sabrás
cuanto anhelo rendir a tus pies este imperio,
entregarte mis armas y abdicar de mi misma entre tus brazos.
No verás, mi Señor, nunca verás
las lágrimas de amianto
con las que tejo mi armadura.
Chantal Maillard: Conjuros (Huerga y Fierro)