El otro, el extranjero

En su libro El pájaro pintado, Jerzy Kozinski (1965) cuenta que en los días comenzó la Segunda Guerra Mundial era un niño que vivía en Varsovia con sus padres. Éstos lo enviaron entonces a un pueblito remoto bajo la suposición de que allá estaría alejado de cualquier acción bélica. En cierta manera tuvieron razón, pero Kozinski cuenta que por ser judío, tener tez oscura, pelo negro y nariz ganchuda en un lugar donde todos eran católicos, rubios, de ojos azules y nariz recta, lo explotaban en tareas extenuantes y peligrosas, lo molían a palos al menor incumplimiento y error, y lo torturaban salvajemente cada vez que ocurrían desgracias que nada tenían que ver con él, tales como accidentes de otros habitantes, problemas con la cosecha y enfermedades de animales de granja.

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En cierto momento, el por entonces niño Kozinski conoció a un pajarero, que cazaba con trampera para luego ir vendiendo las aves por los pueblitos de Polonia y que le mostró el fenómeno que da nombre al libro. Cuando atrapaba a un pájaro, el resto de la bandada sobrevolaba de una manera que, con cierta dosis de antropocentrismo, podríamos llamar «protesta» y «clamor para que se liberara al compañero preso». Si el hombre lo liberaba, el pájaro volaba a reunirse con el resto de la bandada y escapar. Pero si antes de hacerlo le pintaba el pico de azul, o un ala de amarillo, o la cabeza de verde, en cuanto el animal se mezclaba con sus congéneres éstos le arrancaban los ojos, las plumas y despedazaban su cuerpo, que en instantes caía muerto.

Por eso Kozinsky no atribuye sus desgracias personales a la mala suerte de haber ido a parar a un pueblo de católicos polacos, particularmente perversos, sino una característica mucho más fundamental que compartimos con al menos algunos animales: la agresión a quien, a pesar de pertenecer a la misma especie, así y todo es distinto.

[…]

Cada uno es extranjero para sí mismo, ya que aloja dentro de sí una vasta zona de alteridad incognoscible, otro desconocido que subsiste en las relaciones entre los individuos, las clases y los pueblos. Ni siquiera en nuestro propio lugar de origen desaparece la extranjería de cada uno. Al descubrir la alteridad aterradora que irrumpe frente a la aparición de lo propio en el otro, nuestro yo se conmociona y tambalea. Si el extranjero contiene la otredad amenazadora, se elimina al portador de esta alteridad, antes de reconocerla como propia. Si se logra asumir la extranjería propia, el extranjero cesa de ser una amenaza. Esto es lo que hace decir a Julia Kristeva (1988): «Si soy extranjera, no hay extranjeros». La noción freudiana de inconsciente despoja a lo extraño de su aspecto patológico e integra al humano con una otredad que se vuelve parte inherente de su ser. Lo siniestro, lo extranjero está dentro nuestro, somos nuestro extranjero al estar irreparablemente divididos.

Fanny Blanck-Cereijido – Pablo Yankelevich (compiladores): El otro, el extranjero (Libros del Zorzal)

Esta entrada fue publicada el julio 19, 2007 a las 10:17 pm. Se guardó como Ensayo, Lecturas y etiquetado como , , , , , . Añadir a marcadores el enlace permanente. Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.

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