¿Y por qué se distingue la disposición viajera? La receptividad puede considerarse su característica fundamental. Nos acercamos a los sitios con humildad, sin ideas preconcebidas sobre lo que resulta de interés. Irritamos a los lugareños al detenernos en las islas peatonales y en las callejuelas para admirar lo que para ellos no pasan de ser nimias curiosidades. […] Un supermercado o una peluquería se nos antojan insólitamente fascinantes. […] Nos percatamos de los estratos de historia que subyacen al presente, tomamos notas y hacemos fotografías.
Por otra parte, en el hogar nuestras expectativas están más asentadas. Estamos seguros de haber descubierto cuanto hay de interesante en el barrio, sobre todo por el hecho de llevar viviendo mucho tiempo en él. Parece inconcebible que pueda quedar algo nuevo por descubrir en un lugar en el que residimos desde hace diez años o más. Estamos acostumbrados y, por consiguiente, ciegos.
[…] A Ruskin le resultaba desolador lo poco que solía fijarse en los detalles la gente. Deploraba la ceguera y la premura de los turistas modernos, especialmente de aquellos que se jactaban de recorrer Europa en tren en una semana (un servicio ofrecido por vez primera por Thomas Cook en 1862): «No habrá cambio de lugar a 160 kilómetros por hora capaz de incrementar un ápice nuestra fortaleza, nuestra felicidad o nuestra sabiduría. En el mundo siempre hubo más de cuanto los hombre alcanzaron a ver con su paso tan lento; no lo verán mejor por más que se apresuren. Las cosas realmente valiosas son cuestión de visión y de pensamiento, no de velocidad. No hace buena la bala su rápido avance, ni desmerece al verdadero hombre su ritmo lento, pues su gloria no reside en absoluto en su andar sino en su ser».
Alain de Botton: El arte de viajar (Punto de lectura, Madrid)
El arte de viajar
16 Jun
Esta entrada se publicó el junio 16, 2006 en 8:01 pm y se archivó dentro de Ensayo, Lecturas.
Añadir a marcadores el enlace permanente.
Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.