Al registrar el descenso de Antonino en una psicopatología de la vida cotidiana impulsado por la cámara, la historia de Calvino muestra cómo la fotografía puede llevar, a través de una obsesión con la captura de lo real, hacia el desquiciamiento de la mente de esa misma realidad. Paradójicamente, es la obligación de documentar la que condena a la fotografía a transgredir los límites de lo visible, abriendo un terreno que pertenece a la imaginación más que a la certeza empírica. En su homenaje a Barthes, Calvino había descrito la capacidad del lenguaje para hablar de cosas «que no son»: esa era su diferencia fundamental con respecto a la fotografía. Sin embargo, en esta historia, Antonino lleva la fotografía cerca de la interioridad de la imaginación separada de lo real, y a la lógica irreductible de la memoria, el sueño y la fantasía. Este es también el dominio de la ficción y, me atrevería a decir, del arte. Es la rigurosa indisciplina de la ficción – en lugar de la discursividad de la teoría, o la objetividad de la historia – la que se convierte en el modo en el que Calvino sondea los significados y posibilidades de la fotografía.
Es la ficción la que rescata a la fotografía del camino de aversión al riesgo del empirismo, al derribar al ojo, y a la mente del ojo, en el abismo de lo invisible. Según deja de lado la esperanza de capturar con su cámara la «esencia» de la mujer que desea, Antonino tropieza con el secreto más difícil de su arte: «La fotografía tiene un sentido únicamente si agota todas las imágenes posibles.»
Aveek Sen: Italo Calvino’s «The adventure of a Photographer» (Aperture, Fall 2013)