¿Qué es, en realidad, un reportaje fotográfico, un relato fotográfico? Algunas veces hay una imagen única, cuya composición posee tal vigor y riqueza, y cuyo contenido expresa tanto, que esta sola imagen es ya una historia completa en si misma. Pero esto sucede muy raras veces. Los elementos que conjuntamente pueden hacer brillar un sujeto generalmente están dispersos – ya sea en términos de espacio o de tiempo. Y reunirlos a la fuerza es manipularlos, cosa que considero una trampa. Pero cuando se logra fotografiar tanto la médula como el fulgor del sujeto, esto es lo que se llamaría un relato fotográfico; y es la página la que se encarga de reunir los elementos complementarios que están dispersos en las distintas fotografías.

Henri Cartier-Bresson: Bruselas, 1932
El relato fotográfico involucra una operación conjunta del cerebro, del ojo y del corazón. El objetivo de esta operación es representar el contenido de algún hecho que esta en proceso de desenvolverse, y con ello comunicar una impresión. Algunas veces un solo acontecimiento puede ser tan rico en si mismo y en sus facetas, que es necesario dar vueltas, girar a su alrededor en busca de una solución a los problemas que plantea, puesto que el mundo entraña movimiento, y no podemos tener una actitud estática frente a algo que esta moviéndose. A veces a uno se le enciende la chispa de lo que debe ser la imagen en cuestión de segundos, y otras veces puede llevar horas o días. Pero no existe un plan aplicable a todos los casos, no se trabaja con un modelo establecido. Hay que estar alerta con el cerebro, el ojo y el corazón, como decíamos, y tener flexibilidad en el cuerpo.
Las cosas tal como son son tan abundantes como materia fotográfica, que un fotógrafo debe estar prevenido contra la tentación de querer hacerlo todo. Es esencial extraer la materia prima de la vida, extraer y extraer, pero extraer con discriminación. Mientras esté trabajando, un fotógrafo debe tener la conciencia precisa de lo que intenta hacer. Ciertas veces uno tiene la sensación de haber logrado ya la fotografía que expresa con mayor garra que las anteriores una situación o escena determinada; no obstante, uno continua disparando compulsivamente el obturador porque no puede de antemano estar seguro del modo preciso en que va a desenvolverse dicha escena. Uno debe quedarse con ella, por si los elementos que la conforman vuelven a dispersarse de la médula. Al mismo tiempo, es muy importante evitar disparar el obturador como una metralleta y cargarse de cosas que son inútiles, que confunden la memoria y malogran la precisión del reportaje como un todo.

Henri Cartier-Bresson: Coronación del rey Jorge VI. Londres, 1937
La memoria es de gran importancia, sobre todo para poder recordar cada una de las fotos que uno tomo mientras corría al ritmo de los acontecimientos. Mientras una escena este desarrollándose frente a el, un fotógrafo debe asegurarse de no haber dejado ninguna laguna, de que verdaderamente ha dado expresión al significado de la escena en su totalidad, pues después será tarde para ello, ya que no tiene el poder de hacer retroceder la escena para fotografiarlo todo de nuevo. Los fotógrafos pueden hacer dos tipos de selección, y cualquiera de los dos puede acarrear arrepentimientos posteriores. Hacemos una selección al mirar al sujeto por el visor, y otra después que la película ha sido revelada y copiada. Luego de revelar y copiar, uno debe separar las fotografías que, a pesar de estar bien hechas, no son las de mayor fuerza expresiva. Cuando es ya demasiado tarde es donde uno llega a enterarse con terrible claridad en que fallo, y es aquí donde generalmente creemos haber tenido la sensación de que algo nos decía que no iba a salir bien. ¿Pudo ser tal vez una sensación de duda provocada por la falta de seguridad?¿Fue debido al distanciamiento entre uno y el hecho que estaba desarrollándose?¿Era, simplemente, porque uno no tomó en cuenta ciertos detalles relacionados con la tonalidad del conjunto? ¿O quizás fue (y esto es lo mas frecuente) que la visión que tenía se tornó vaga y mi ojo se encontró desorientado?

Henri Cartier-Bresson: Valencia, 1933
Es a partir de nuestro propio ojo que el espacio comienza y se va abriendo en una disyunción que se ensancha progresivamente hasta el infinito. En el tiempo presente, el espacio nos impacta con mayor o menor intensidad y luego nos deja (visualmente) para ser aprisionado en nuestra memoria y modificado allí. De todos los medios de expresión, la fotografía es el único que fija para siempre el instante preciso y a cosas que están en continuo trance de esfumarse, y cuando se han esfumado no hay nada en este mundo que las haga volver. Evidentemente, no podemos revelar y copiar un recuerdo. El escritor tiene tiempo para reflexión, puede aceptar, rechazar y aceptar de nuevo; y antes de llegar a plasmar en el papel sus pensamientos tiene la ventaja de poder congregar los distintos elementos pertinentes. También existe un momento en que su mente olvida y su subconsciente trabaja en la clasificación de pensamientos. Pero para los fotógrafos lo que paso, paso para siempre. De esta certidumbre nacen los temores y la fuerza de nuestra profesión. No podemos reconstruir nuestro relato una vez que estemos de regreso al hotel. Nuestra tarea es percibir la realidad, casi simultáneamente registrarla en el cuaderno de apuntes que es nuestra cámara. No debemos manipular ni la realidad mientras fotografiemos ni los resultados en el cuarto oscuro. Estos trucos son fácilmente identificables para aquellos que saben usar los ojos.

Henri Cartier-Bresson: Orillas del Marne, 1938
Al realizar un relato fotográfico debemos contar los puntos y los rounds como si estuviéramos en una pelea de boxeo. Siempre estamos destinados a llegar como intrusos. Por eso, es esencial acercarse al sujeto de puntillas, aun si el sujeto es una naturaleza muerta. Una mano de seda y un ojo de lince es lo que deberíamos tener todos. No es bueno llegar a codazos y empujones, ni tampoco las fotografías deben tomarse con la ayuda de la luz del flash, por lo menos por respeto a la luz que se halla presente, aunque haya poca o nada. A no ser que un fotógrafo observe condiciones como estas, corre el riesgo de convertirse en una persona insoportablemente agresiva.
La profesión de un fotógrafo depende tanto de la relación que este establezca con las personas que esta fotografiando, que una relación falsa, una palabra o actitud erradas pueden arruinarlo todo. Cuando, de cualquier modo, el sujeto es difícil, la personalidad se aleja donde la cámara no puede alcanzarla. No hay sistemas fijos, pues cada caso es individual y nos exige una actitud modesta.

Henri Cartier-Bresson: Simiane la Rotonde, 1970
Las reacciones de las personas difieren bastante de un país a otro y de un grupo social a otro. En todo el oriente, por ejemplo, un fotógrafo impaciente –o cualquiera que se sienta presionado por cuestiones de tiempo- es motivo de ridículo. Si uno se ha hecho notar cuando intentaba tomar una fotografía y se ve descubierto, aunque sea solo por haber sacado el fotómetro, lo único que le resta hacer es olvidarse de la fotografía por el momento y complacientemente, dejar que los niños que llegan corriendo se le cuelguen de las rodillas.
Henri Cartier Bresson: El relato fotográfico, en El Instante Decisivo (1952), citado por Joan Fontcuberta en Estética fotográfica (Editorial Gustavo Gili)