En mi futuro no hay nada llamado esperanza.
Ajivit, un niño de 10 años del distrito rojo de Calcuta, la mayor zona de prostitución de la ciudad, tenía muy claro lo que le esperaba en la vida. Afortunadamente, la fotógrafa Zana Briski no veía las cosas igual. Durante su estancia en el barrio rojo conviviendo con las prostitutas comenzó a trabar relación con los hijos de éstas y se dedicó al loco empeño de enseñarles fotografía. Gracias a su labor, se abrió un tiempo de esperanza en unas vidas que, de otro modo, tenían el destino marcado. Los niños del barrio rojo es la película que narra el día a día de este pequeño proyecto que cambió las vidas de la fotógrafa y de algunos de estos niños para siempre.
La película no elude las durísimas condiciones de vida en el barrio rojo -lo que sirvió de excusa para más de una crítica en la India- ni la diferente suerte que corrieron sus protagonistas: a estas alturas de la historia, a nadie le debería sorprender saber que los salvadores no existen.
Pero lo mejor del proyecto fue la inmensa creatividad que despertó en las mentes de los niños. La fotografía se convirtió en un instrumento de expresión y crecimiento que enriqueció su percepción del entorno y de sus posibilidades.
La película ganó el Oscar al mejor documental en 2005 y las ventas de las fotos y del film sirvieron para pagar la educación de los niños -aunque algunos volvieron al poco tiempo con sus familias- y para comenzar el proyecto Kids with Cameras.
A los diez años, Ajivit creía que en su futuro no había esperanza. Hoy es un estudiante de Arte en Estados Unidos. Los niños del barrio rojo merecían la pena.