[Sobre Sudán] Chinos para extraer el petróleo y meterlo después en un oleoducto chino vigilado por milicianos chinos con destino a un puerto construido también por chinos donde el crudo se carga en petroleros chinos con destino a China. Chinos para construir carreteras, puentes y una presa gigante que provoca la deportación de decenas de miles de agricultores. Chinos que importan su comida para comer sólo chino y que, para los productos frescos, importan campesinos chinos para que los cultiven allí mismo. Chinos, en fin, para armar a un país que comete crímenes contra la humanidad y protegerlo sin cesar ante el Consejo de Seguridad.
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Para tener tranquilidad durante los Juegos Olímpicos, China pidió que tuvieran confianza en ella y todas las grandes naciones le concedieron el beneficio de la duda. Para Darfur esta confianza fue fatal. A principios de septiembre, apenas una semana después de terminarse los Juegos, el régimen sudanés lanzaba una gran operación militar en el norte de Darfur. En diez días los bandidos a sueldo de Jartum borraron del mapa diez pueblos en medio de la indiferencia general.
A finales de 2008 la situación era peor que nunca. La Oficina de coordinación de asuntos humanitarios (OCHA) en Ginebra habla de 4,3 millones de víctimas en Darfur, de los que 2,4 millones serían desplazados dentro de su país. Cerca de 190 convoyes de ayuda humanitaria son interceptados -en su mayoría del Programa Mundial de Alimentos-, y sus conductores secuestrados. La OCHA enumera también un centenar de ataques contra centros humanitarios y decenas de muertos y heridos entre los miembros de la MINUAD, cuyo comandante, el nigeriano Martin Agwai, declaraba entonces a la CNN: «Somos soldados de mantenimiento de la paz, pero no hay paz que mantener…».
Para rematarlo todo, Francia y Gran Bretaña torpedean la Corte Penal Internacional. A principios de septiembre, Bruno Joubert, el nuevo «Monsieur Afrique» del Elíseo, viaja a Sudán. Según Sudan Tribune, ésta habría prometido apoyar un aplazamiento del proceso penal que se sigue contra Al-Bashir. Información confirmada diez días después. París y Londres quieren suspender las diligencias de la CPI. En nombre de la paz, por supuesto. ¿Quizás también con la esperanza de ayudar a que Total y BP regresen a Sudán?
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[Congo]
«Los chinos son peligrosos. No sé cómo lo hacen, estudian a cada directivo, a cada ministro. Se las apañan para crear relaciones de amistad. Una vez, en una comida, conocí a un gran cargo del Ministerio de Comercio. Me habló de jazz y de arquitectura grecorromana. ¡Dios mío, precisamente lo que más me gusta! Entonces comprendí que no era casual. Al final me dijo que teníamos gustos afines y que continuaríamos nuestras conversaciones. Me llamó desde Angola, desde Sudáfrica, desde China, sólo para saber qué tal estaba. Después nos dimos cuenta de que habían hecho lo mismo con todos los ministros congoleños… ¡Cada uno tenía su chino! ¡Atención, dentro de diez años serán los dueños del mundo!».
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[Argelia]
A pesar de sus imperfecciones, estas obras argelinas ofrecen un resumen sobrecogedor de un movimiento circular que algunos llaman globalización. A partir de mediados de los años ochenta, las empresas occidentales invirtieron en China para subcontratar una parte creciente de su producción. Esto ha enriquecido al país, hasta darle su estatus de gran potencia económica. Pero para alimentar su crecimiento espectacular, China necesitaba una cantidad fenomenal de energía, metales y madera. Los precios de las materias primas crecieron exponencialmente, lo que reflotó rápidamente a las élites africanas, depositarias de estos recursos. Durante los cuarenta años posteriores a las independencias, estos gobiernos africanos fueron incapaces de desarrollar sus conocimientos y asistieron, despreocupados y cínicos, a la decadencia de las infraestructuras coloniales. De manera que el día en que reflotaron sus cajas y el descontento de la calle empezó a ser amenazador, confiaron a China la tarea de satisfacer a sus pueblos. En otras palabras, han subcontratado a China sus responsabilidades de gobierno: construir carreteras y ferrocarriles, viviendas, redes de agua y electricidad, hospitales y colegios.
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China Popular obviamente no tiene ese problema. A finales de 2007, sus reservas de divisas se elevaban a 1.455.000 millones de dólares, un océano de billetes verdes del que extrae lo que necesita para preparar el futuro. Pero el dinero no lo es todo. El éxito chino en África es una poción mágica que contiene muchos ingredientes: puede enviar de una semana a la siguiente decenas de miles de obreros a cualquier obra de cualquier país para concluirla por un precio récord en un tiempo récord; ha desarrollado tecnologías simples pero perfectamente adaptadas a las necesidades de África: destaca permanentemente su discurso de no injerencia y su indiferencia a las cuestiones de los derechos humanos y el buen gobierno; pero sobre todo asume riesgos y se compromete a largo plazo.
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China ha asumido las necesidades africanas y ha sentado finalmente las bases de un desarrollo con decenas de proyectos de infraestructuras sin las que no se podría hacer nada, en especial las vías de comunicación y la producción de electricidad. Poco a poco va calando el mensaje de que África no está condenada al estancamiento. China no es desinteresada, por supuesto, y ya nadie presta atención a su discurso sobre la amistad, pero los esfuerzos que despliega para lograr sus objetivos ofrecen a África un futuro impensable hace sólo diez años. En el fondo, recupera un continente a la deriva, olvidado de todos en la tectónica de la globalización.
Porque China ha conseguido un objetivo esencial: volver a dar a África verdadero valor, tanto a los ojos de sus habitantes como en el extranjero. Nunca Occidente se había interesado tanto por África como desde que China partió a su conquista. Estadounidenses, europeos, japoneses o australianos, todos han captado el mensaje. Han comprendido que si los chinos se desplazan e invierten hasta ese punto en el continente, prestan, compran y venden, es que debe haber un interés que ellos habían subestimado.
Es obvio que ese continente «vale» algo y la carrera hacia África acaba de comenzar. Lo que de golpe coloca la pelota en el campo de los dirigentes africanos: ahora tienen los medios para hacer realidad sus ambiciones: nunca un socio capitalista había adelantado sumas semejantes, sin condiciones, sin tutela. ¿Estarán a la altura y utilizarán estos fondos para desarrollar su país en lugar de multiplicar el tamaño de su cartera inmobiliaria en Francia?
Serge Michel y Michel Beuret: China en África (Alianza Editorial)