El corazón helado

Este país tuvo una vez una oportunidad, recordé, fue una vez el país de los hombres, de las mujeres admirables, pero ellos no guardan en una carpeta ningún testimonio que justifique su condición, ellos quemaron los papeles, los tiraron, los rompieron, se los comieron. Para ellos son peligrosos, para mi padre no. Porque frente a los hombres, a las mujeres admirables, en este país sólo hay hombres y mujeres a los que debemos comprender, gente pequeña, de un país pequeño, y pobre, y atrasado, que hizo lo que pudo para sobrevivir, para llegar a vivir algún día en un país grande, y rico, y desarrollado, y satisfecho de sí mismo, donde todo lo que pasa sucede siempre como por arte de magia.

Las manos son más rápidas que la vista, decía mi padre, y él lo sabía, él lo vivió. Y aquí un buen día hubo una guerra, y aquí un buen día se terminó, y aquí, un buen día, muy despacio, con mucho trabajo, mucho esfuerzo de unos pocos, empezó a brotar la hierba en una esquina del desierto y fue mérito de todos, porque las manos son más rápidas que la vista y la óptica una ciencia paradójica, y cómo no comprender, cómo no conceder el beneficio de la comprensión a tanta gente pequeña, empeñada en sobrevivir en un país pequeño, y pobre, y atrasado, donde no se cumplen las leyes físicas, donde la aritmética es opinable, moldeable como la plastilina, donde se divide entre todos el mérito de unos pocos y la responsabilidad de unos pocos se multiplica por todos para que nadie tenga nunca ningún mérito ni responsabilidad alguna, porque las cosas pasan solas, como por arte de magia o porque no les queda más remedio que pasar. Mi padre contó siempre con esa ventaja, la ingravidez de España, la excepción a la ley de la causa y el efecto, el país donde nadie ve nunca una manzana que se cae de un árbol, porque todas las manzanas están ya en el suelo desde el principio y eso es lo más práctico, lo más sabio, lo más cómodo, lo mejor para todos, mientras las manos sean más rápidas que la vista, mientras las paradojas más elementales de la óptica jueguen a favor de quien maneja las lentes, mientras el prestigio moderno de la gente pequeña que hace lo que sea por sobrevivir oponga su transparente actualidad al caduco prestigio de los hombres y las mujeres admirables, tan anticuados por otra parte, tan inservibles en realidad, tan fastidiosos en su abnegación, en su terquedad, en la esterilidad de su sacrificio, porque si se hubieran estado quietos, si se hubieran dado por vencidos, si no se hubieran jugado la vida en vano tantas veces, tampoco habría pasado nada.

Almudena Grandes: El corazón helado (Tusquets)

Esta entrada fue publicada el agosto 12, 2008 a las 9:19 pm. Se guardó como Lecturas, Narrativa y etiquetado como , , , , , , . Añadir a marcadores el enlace permanente. Sigue todos los comentarios aquí gracias a la fuente RSS para esta entrada.

Un pensamiento en “El corazón helado

  1. Mi querida Almudena – tener las suerte de haberte conocido – despues de leer este Corazon Helado es comprender aunando fuerzas -sumando- no echando a nadie a ningun pozo ni de agua ni de cal – como se hizo en este bendito pais llamado España – solo por pensar de otra manera : te invito a presenciar la obra de Teatro El Convoy de los 927 – de Produciones Kalatos

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