Se trata fundamentalmente de la convicción de que no hay más que una sola opinión correcta: la propia. Una vez que se ha llegado a esta convicción, muy pronto se tiene que comprobar que el mundo va de mal en peor.
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Si alguna que otra vez -no es fácil que pase-, el mismo curso independiente de las cosas compensa, sin intervención nuestra, por el trauma o fallo del pasado y nos da gratuitamente lo que deseamos, el experto en el arte de amargarse la vida no se desalienta ni mucho menos. La fórmula «ahora ya es demasiado tarde, ahora ya no quiero», le permite permanecer inaccesible en su torre de marfil de indignación y evitar así que, lamiéndose las heridas infligidas en el pasado, éstas vayan a curar.
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Con alguna habilidad, hasta el principiante puede también conseguir ver el pasado a través de un filtro que sólo deje pasar con luz transfigurada lo bueno y bello. Sólo cuando este truco no funciona, se recuerdan con realismo vigoroso los años de la pubertad (ni hablar que también los de la niñez) como época de inseguridad, de dolor universal y de angustia de futuro, y no se echa de menos ni uno solo de sus días. En cambio, el aspirante a la vida amarga que esté más dotado, no tendrá seguramente mayor dificultad en ver su juventud como edad de oro perdida para siempre y en constituirse de este modo una reserva inagotable de aflicción.
Naturalmente, la edad de oro de la juventud no es más que un ejemplo. Otro ejemplo podría ser el dolor intenso por la rotura de una relación amorosa. Resista usted a lo que le insinúen su razón, su memoria y sus amigos bien intencionados que quieren meterle en su cabeza que dicha relación ya hacía tiempo que estaba quebrada sin remedio, y que usted mismo se preguntaba con frecuencia a regañadientes cómo lo haría para salirse de aquel infierno. Simplemente, no les dé crédito a los que le dicen que la separación es con mucho un mal menor. Convénzase más bien por enésima vez de que un «nuevo arreglo» serio y sincero constituiría esta vez el éxito ideal (Sin duda, no lo será.) […] Apártese de todos sus amigos, quédese en casa junto al teléfono, a fin de que, si sonara su hora afortunada, esté usted disponible de inmediato y del todo.
En caso de que la espera se le haga larga en exceso, entonces la experiencia humana de tiempos inmemoriables aconseja trabar una nueva amistad que sea idéntica a la anterior en todos sus detalles (por distinta que ésta al principio le parezca).
El arte de amargarse la vida
24 Oct
Esta entrada fue publicada el octubre 24, 2007 a las 9:31 pm. Se guardó como Ensayo, Lecturas y etiquetado como amargura, el arte de amargarse la vida, Paul Watzlawick, psicología, vida.
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