En el subsuelo conviven el nihilismo ideológico y el terror criminal con la complicicdad de aquellos poderes y actitudes que sacan provecho del ocultamiento, la manipulación y la mentira. Como Dostoievski analizó con implacable lucidez en Los demonios, el subsuelo es la patria propicia del nihilista porque allí, ajeno a la ley, pero también al amor y a la compasión, se siente el incontestado ejecutor de sus quimeras sin tener que dar explicaciones a la modesta e incierta luz en la que viven y mueren los hombres. Incapaz de captar esa luz, el nihilismo se siente, en cambio, superior en el ámbito de las tinieblas. Esa actitud, espiritualmente cloacal, equipara a los actuales fundamentalistas religiosos y nacionalistas con la vieja tradición ideológica, o quizá mejor mental, que Dostoievski diseccionó en sus páginas. Un pobre diablo de ETA o Al Qaeda se ve reflejado como un titán en el espejo del crimen.
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En algunas de sus manifestaciones Gombrich se acerca a las posiciones de George Steiner: la paulatina pérdida de influencia civilizatoria por parte del arte occidental estaría relacionada con su progresivo alejamiento de las presencias reales, de los significados nucleares de la existencia humana. Mientras la ciencia, aun habiéndose expandido por sinuosos senderos, a menudo turbiamente secretos, se presenta ante nuestros ojos como plenamente integrada en las inquietudes y esperanzas del hombre, el arte, con toda su enorme capacidad de convocatoria en los escaparates y mercados, parece enfermizamente encerrado en catacumbas morales o, por el contrario, irresponsablemente suspendido en la trivialidad gestual. Ajeno a las presencias reales: ausente, irreal, por más que hablemos continuamente de él; o quizá, preciso es decirlo, porque hablamos de él continuamente.
Quizá sea la dinámica acentuadamente autista del mundo del arte lo que ha contribuido en mayor medida a construir muros invisibles a su alrededor. El arte moderno ha transcurrido por una suerte de voluntad de crisis permanente que, mientras ha actuado en el interior de los procesos creativos, ha sido sumamente estimulante, moviendo a la experimentación y conquista de nuevos lenguajes, pero que, convertida en tópico, y aun en dogma, ha supuesto la cristalización de un territorio endógeno que ha propiciado una autocomplacencia, a veces narcisista, a veces directamente nihilista. […] Inauguramos constantemente nuevos museos pero no creemos que el arte se ocupe de lo decisivo ni tenga un lugar decisivo en nuestras vidas.
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La gran paradoja de nuestro tiempo es que el vértigo reduce al ser humano a la inmovilidad. El vértigo de la producción, el vértigo de la información, el vértigo del consumo: tras la enloquecida secuencia de escenas en las que permanentamente se invita a la acción sobrevive un hombre atrapado en la pasividad, un hombre que acaba necesitando la completa trivialización de su vida para defenderse del miedo que esta misma le produce.
Desde este ángulo parece evidente que la idea de saber -y la educación en el saberse vivo -se enfrenta radicalmente al totalitarismo de la actualidad. Naturalmente con esto no niego la obvia importancia de lo actual como fuente de conocimiento. El verdadero peligro estriba en la usurpación de funciones por la que la actualidad ocupa el entero horizonte de lo que consideramos real empobreciendo la visión que tenemos de nosotros mismos. Contra esta usurpación deberíamos forjar otra lectura de la existencia, empezando por la constatación de que no hay una única sino múltiples lecturas posibles.
Todos los totalitarismos, sean del pasado o del presente, tienen en común la unidimensionalidad en la mirada sobre el mundo. Frente a ellos, el poder de la cultura conduce, o debería conducir, a la duda, a la complejidad, a la tensión. La formación del hombre únicamente tiene su razón de ser en cuanto descubrimiento de los inagotables interrogantes que acompañan a las escasas respuestas. Es justo que aspiremos al mayor número de certezas posibles, pero lo que auténticamente enriquece nuestra vida es el peregrinaje que realizamos por el ilimitado territorio de las preguntas. Por eso acumulamos saberes que nos son útiles e imprescindibles, pero el gran saber es un perpetuo giro alrededor del enigma. Y es precisamente ahí donde reside la fuerza educadora de la poesía, del arte, de la filosofía. La radical utilidad de esas actividades esencialmente inútiles. […] La apuesta por el conocimiento es siempre subversiva porque supone poner al hombre en tensión consigo mismo sin posibilidad de recurrir a fórmulas fáciles ni falsas expectativas. Pero la compensación es enorme si con ello le hace avanzar hacia su propio descubrimiento y, por tanto, hacia su libertad.
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Tarkovski lo dejó escrito: «Llevo encima las heridas de todas las batallas que rehuí.»
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Dios forma parte de nuestra existencia o del mito con el que la afrontamos y justificamos. Es más: aunque sea fruto de la imaginación, el delirio o a la cultura, sus contornos marcan nuestra geografía espiritual con mayor poder que ninguna otra criatura del lenguaje. Dios es quien mejor informa sobre el hombre: el dios que elegimos nos informa sobre cómo somos con la precisión del ojo aplicado a la lente del microscopio. Un dios complejo, plural y contradictorio acostumbra a ser el privilegio de las sociedades más libres, en tanto que un dios simplón y esquemático encaja bien con las más pobres en libertad.
De ahí que el horizonte de nuestra época sea tan inquietante cuando contemplamos el choque de teologías miserables. En los últimos años hemos asistido a muchos discursos y proclamas en el nombre de Dios, invariablemente un dios de escaso grosor espiritual, misérrimo en matices y, en consecuencia, furiosamente partidario de la venganza y de la guerra. Ha habido una siniestra simetría entre el iracundo dios del fundamentalismo islámico y el estúpidamente infantil dios de los gobernantes norteamericanos. Atrapados en esta simetría humana, podemos dar lo peor de nosotros mismos.
Rafael Argullol: Enciclopedia del crepúsculo (Acantilado)
Enciclopedia del crepúsculo
09 Ene
Esta entrada se publicó el enero 9, 2007 en 11:24 pm y se archivó dentro de Ensayo, Lecturas.
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